Sebastián Ramírez
Los seres humanos tenemos una parte instintiva y otra racional. Es natural experimentar emociones inmediatamente después de ciertos estímulos y que con ellas se origine también un impulso por ejecutar alguna acción. Es en este punto donde entra la racionalidad a mediar entre el impulso generado y la respuesta que se emite, se realiza una elección sobre la acción. Esta decisión está mediada por una compleja red de criterios que cada persona tiene según su formación y sus experiencias de vida, entran en juego valores morales, principios éticos, estímulos por lograr una recompensa o evitación frente a un potencial castigo.
Lo sucedido esta semana en el estadio Doce de octubre de la ciudad de Tuluá es lamentable, pero es una oportunidad para encaminar el comportamiento social en espectáculos deportivos y, en general, en todos los escenarios en que se pueda generar violencia. Es natural la frustración que se genera dentro de un aficionado al ver a su equipo en una crisis tan grave como la del Deportivo Cali, pero de ahí a invadir un terreno de juego y agredir físicamente a otros seres humanos hay un trecho gigantesco.
Los actos ocurridos en Tuluá deben tener un castigo ejemplar, no tanto por lo punitivo en sí, no se trata de castigar porque es lo correcto, sino más bien como un mensaje claro a las barras bravas de lo que pasará en caso de que existan actos de violencia. No hacer nada al respecto también es un mensaje claro que puede generar una situación todavía más lamentable en el futuro.
Twitter: @sebasrmairez85