Aldemar Giraldo Hoyos
Entiendo claramente que uno quiera estrenar cuando se vaya mudar de casa; también entiendo que no es bueno ni saludable dormir en el colchón que dejó otro después de usarlo durante cuatro años; es claro que da culillo cobijarse sin sobresábana o que un presidente o vicepresidenta se sientan incómodos con almohadas viejas o cobijas “sopludas”. Sin embargo, el palo no está para tanta cuchara y del cielo no cae ya maná.
Las casas de Gustavo y Francia están en el ojo del huracán por los excesivos costos de la renovación en momentos en que se pide y sugiere a todo el mundo austeridad, entendida como: “sencillez y moderación propias de la persona o cosa austera”; en economía, consiste en “la reducción del gasto público”, hechos que no se han dado en este trasteo. Las explicaciones de Lizcano, Petro y Márquez no convencen, carecen de fundamento y lógica, se parece a aquello que llamamos: salirse por la tangente, evadir la realidad, irse por las ramas o esquivar el problema.
No me digan que a las empleadas de ambas casas las van a poner a dormir con cobijas y almohadas hechas con plumas de aves (pobres gansos) o juegos de cama de 500 hilos; tampoco creo que les vayan a decorar los cuartos con cojines de esos de $450.000, sí que menos, que les vayan a tapar las rodillas con plumones de tela de microfibra. En total, se han invertido (gastado) $172 millones para amoblar dos residencias que ya estaban bien acondicionadas desde años atrás; a esto hay que sumarle la bobadita de $28 millones para contratar un coreógrafo (Nerú Martínez), amigo personal de la primera dama, como instructor del gimnasio del Palacio.
Para contribuir al gasto, hace unos días, doña Verónica Alcocer recibió $63 millones del Fondo Rotatorio de la Cancillería, como viáticos, para viajar, como Embajadora de Colombia en misión especial por Japón, Reino Unido y Estados Unidos; turismo oficial sin resultados y en cuerpo ajeno.
Todo esto sucede dos meses, escasos, después de la posesión del nuevo presidente; sin embargo, quienes más han puesto el grito en el cielo olvidan el refrán: “El que tenga rabo de paja, no se acerque a la candela”: Hagamos un poco de historia: cuando Duque inició el mandato (1918) se gastaron: $85 millones (sillas, comedor, tapetes), $118 millones (vajilla), $22 millones (material vegetal), $31 millones (restauración y retapizado de muebles), $13 millones (diseño de casa privada), $66 millones (restauración y fabricación de bienes muebles en madera), $67 millones (diseño y confección de lencería y juegos de alcobas casas privadas DAPRE), $41 millones (compra de televisores), $17 millones (reposición elementos del hogar),$13 millones (utensilios de cocina y cafetería casa de huéspedes). Hay que hacer la suma ($473 millones) y comparar antes de juzgar.
Ambos casos son preocupantes: gastan más de lo necesario y en cosas innecesarias; hacen caso omiso de lo que significa priorizar y actuar con austeridad; si uno recibe la olla pelada solo puede arrancar el pelado. Como decía mi abuela: “La austeridad es muy triste cuando nos la imponen, pero no cuesta ningún trabajo cuando se tiene”.