Erasmo, el primer moderno

8 octubre 2022 6:28 pm

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Por Julio César Londoño

Erasmo fue monaguillo y cantante del coro de su iglesia. Estudió en colegios severos y tristes. Despreció el capelo porque no podía costearse el lujo que implicaba el cardenalato. Escribió El elogio de la locura cuando vivió en la casa de Tomás Moro.

Por su posición contra el poder del papa y los negocios “indulgentes” de los curas, Lutero buscó su apoyo, pero Erasmo no lo acompañó en la lucha reformista. Sin embargo, cuando Roma presionó a Federico el Sabio para que entregara a Lutero a Roma, Erasmo le dijo al rey de Alemania: “Lutero ha cometido dos pecados, atacó al papa en la tiara y a los frailes en el bolsillo, pero no lo entregues”, y le salvó la vida.

Ambos descreían del libre albedrío, pero Lutero afirmaba que, con todo, el hombre debía ser juzgado por sus actos. Sin libertad, alegaba Erasmo, no existe la culpa ni el hecho moral.

De Platón, dijo que era numerólogo y censor (Russell demostrará que “Platón fue un retórico que supo imprimirles un barniz liberal a sus ideas autocráticas”). Cuando leyó la Física de Aristóteles quedó espantado: “¡No menciona un solo experimento!”.

Fue microbiano siglos antes del microscopio y advirtió el peligro de las infecciones en las tabernas, en las pilas de agua bendita y en el aliento de los penitentes en los confesionarios. Aconsejaba lavar muy bien las manos, evitar los besos de saludo y que cada cura tuviera su propio cáliz.

El elogio de la locura es una diatriba de la locura contra los sabios, las instituciones, la gramática, los filósofos, los abogados, los teólogos. En suma, contra la razón. “Los sabios son pobres y amargados, mientras los necios ríen, nadan en la opulencia, gobiernan imperios y gozan de una suerte feliz y floreciente”.

 “Los gramáticos son los reyes de la necedad. Envejecen averiguando si las partes de la oración son ocho o nueve, cosa que ni griegos ni latinos han podido definir con exactitud”.

“Los escritores torturan su espíritu sin cesar, cambian, tachan, añaden, repasan, corrigen, consultan. Siempre inconformes, trabajan durante años para tener al final la aprobación de un puñado de lectores”.

“Los filósofos lo saben todo y nada. Son los únicos sabios y miran a los demás como sombras vanas que deambulan sobre la Tierra”.

“Todas las cosas de los monjes son matemáticas. El número de nudos que sujetan su sandalia, el color y la longitud del cinturón, del hábito, el tejido de la confección, la forma y amplitud precisa de la cogulla, el diámetro exacto de la tonsura, todo está determinado, medido”.

Erasmo empieza su libro elogiando la locura en juego, quizás para provocar a los eruditos, y termina amándola en serio, apoyado en una “trinidad” soberbia: Pablo, el Hijo y el Padre. “La locura de Dios”, escribe san Pablo, “vale más que toda la sabiduría de los hombres”.

“Tú conoces mi locura”, le dice Jesús al Padre en los Salmos.

Erasmo encuentra en el Génesis la prueba de que Dios ama la simplicidad: “Él les prohibió a nuestros padres el fruto del árbol del conocimiento previendo que esa ciencia fatal les emponzoñaría la felicidad”.

Su recelo contra la razón convierte a Erasmo en un pensador moderno, el primero en plantear la paradoja: ¿por qué el hombre, que cifra su orgullo en la razón, desconfía de ella, lo mueven las pasiones, vibra en el amor, ese delirio, y lo fascinan la temeridad, la audacia y la locura? Tal vez porque, a pesar de que ha tocado puntos muy altos en ciencias y artes, la razón ha parido demasiados monstruos. Cautelosos, hoy ponemos todo en tela de juicio, incluidas las certezas, el lenguaje, la inteligencia y la razón, entidades que nadie ha podido definir, ni griegos ni latinos, como diría este viejo moderno.

 

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