Aldemar Giraldo Hoyos
Los animales racionales (Homo sapiens) han creído que la tierra es solo para ellos; que es imposible convivir con los llamados, simplemente, animales; esto dentro del modelo antropocéntrico que justifica la explotación e imposibilita el cambio de las relaciones establecidas entre los seres humanos y otras especies animales. Sencillamente, se ha desconocido la valía de los seres que no son racionales y “es urgente reformular el estatuto moral y jurídico de los animales, particularmente, en lo referente al derecho de propiedad” (Martínez, 2018).
Vivimos entre otros animales de los que nos servimos todo el tiempo para comer, vestirnos y entretenernos; pensamos únicamente en los beneficios que obtenemos, en el uso de ellos; nuestra relación es meramente instrumental y la consecuencia es clara: se han extinguido o están en vía de extinción, sin embargo, el Homo sapiens se multiplica todos los días y los animales silvestres disminuyen en población; estamos empujando sus límites y su espacio se disminuye y deteriora.
Desde el siglo XVII se han registrado, por lo menos, 778 especies animales y 124 especies vegetales como extintas, debido a la acción del hombre: deforestación, pérdida de hábitat, especies invasoras, caza, capturas, agricultura extensiva, uso de químicos y tala insostenible; como cosa especial, estos estragos han sido mayores en nuestra América del Sur.
Ya están en vía de extinción (o, posiblemente, ya se fueron) el oso de anteojos, el lobito de río, el loro orejiamarillo, la rana dorada, el jaguar, el caimán llanero y el oso perezoso; aseguran los científicos que acabamos con el Lori Diadema, el Avefría Javanesa, el Mochuelo Pernambuco y el Guacamayo Glauco. Al paso que vamos, nos vamos a quedar solos en este planeta y nuestra única compañía serán las plagas.
Hagamos un alto en el camino y pensemos en la responsabilidad que tenemos frente al peligro inminente en que están el delfín rosado, las tortugas carey, el tití cabeciblanco, el manatí del Caribe, el caimán negro, el águila solitaria, el mero guaso, el pez sierra y el bagre rayado del Magdalena; escasamente aparecen en las crónicas y novelas o en las narraciones fantasmagóricas de cazadores y pescadores. Desde 1950 no vemos el maicero bogotano (Anas geórgica), un habitante de nuestra Cordillera Oriental; en 1977 le tomaron la última foto al pato zambullidor andino (Podiceps andinus) en las montañas andinas de nuestro país. Es un panorama muy preocupante si tenemos en cuenta que hay muchas personas que no son conscientes de la crisis ecológica que vivimos; la deuda es de todos, hay que pagarla cuanto antes si no queremos llorar sobre el agua derramada; no es un cuento de hadas; nuestra acción es hoy o nunca; la historia no tiene reversa. Como decía mi abuela:” Todo lo que le ocurra a la tierra, les ocurrirá a los hijos de la tierra”.