Chocolate con masmelos

15 octubre 2022 5:11 pm
Compartir:

Encontrarme a mí
ha sido mi mejor conquista
[A.Z]

Johan Andrés Rodríguez Lugo

 

Era jueves en la tarde, la gente pasaba, los buses pasaban, los vendedores ofrecían sus dulces, manís y objetos; los perros olían el suelo y a otros perros. En el café en donde me encontraba los comensales entraban y se sentaban al tiempo que suspiraban con satisfacción porque al otro día era viernes. Todos, curiosamente, al sentarse exclamaban: “mañana es viernes”. Yo estaba sentado en un rincón con mi espalda hacia la pared porque don Papá me enseñó que es mejor estar siempre pendiente de lo que pueda pasar, porque uno no sabe, puede entrar un ladrón, se puede estrellar un carro y las partes caer en el sitio, alguien se desmaya, alguien llega a matarnos, cualquier cosa puede pasar. Yo estaba solo en ese rincón observando, escuchando, suspirando también de satisfacción y reconociendo el sitio, preguntándome por qué no me sentaba en otra parte, en otra silla, en la que estaba me sentía cómodo, pero la del frente era verde y tenía espaldar, sin embargo, me preocupaba más la preocupación que me había enseñado papá.

Ese día estaba solo, no por decisión como otras veces, sino porque ninguno de los que podían acompañarme estaban disponibles. Una trabajaba, otra estaba estudiando, otro tenía un compromiso, otra no contestó, otro se había ido para su casa, en fin, se me acabaron las personas y las opciones así que decidí quedarme ahí, solo, quieto, esperando que llegara el chocolate con masmelos que había ordenado.

Pasaron cosas los días anteriores: algunas nuevas ausencias, otra muerte de alguien cercano, una despedida, un encuentro, un re-encuentro, alguien que por esos días había decidido irse para no regresar, otra que se fue con la esperanza de que fuera a buscarla, alguien que decidió no saber más de mí y entonces también se había ido. Un mal momento laboral, una rabia, una indignación, una tristeza. Habían pasado cosas los días anteriores, pero en ese instante me encontraba solo, pensando, esperando por el chocolate.

Al cabo de 10 o 15 minutos la mesera del café, que me conoce, se acercó con su sonrisa habitual y puso en la mesa un plato blanco, pequeño, en el que se encontraba el pocillo también blanco, un poco alto, más alto que un mug normal. Puso la cuchara a un lado procurando que esta no tocara la mesa, me entregó algunas servilletas y me dijo: “Que lo disfrutes, cuidado que está caliente”. Yo le sonreí agradecido y ella se alejó. En el pocillo estaba ese capricho que suelo consumir en soledad: el chocolate con masmelos. En varios encuentros con amigos, en algunas reuniones o en espacios en donde llega esa pregunta de – Johan, ¿qué te hace feliz? – yo siempre respondo: Un chocolate con masmelos en la tarde. No siempre me tomo el chocolate en el mismo sitio, tampoco lo pido de la misma manera, es simplemente el disfrute, a veces el pocillo es pequeño y ancho, a veces es grande y pesado, a veces es una taza, a veces, como en el caso anterior, es un pocillo alto, con el chocolate espumoso, que trae masmelos blancos, crema chantilly y salsa de chocolate encima. Eso me hace feliz.

Ese día, como siempre, tomé el pocillo y lo acerqué a mi nariz para sentir el aroma, el olor subió por mis fosas nasales hasta el cerebro y de este se desprendió un cosquilleo que descendió hasta mi estómago. Puse el pocillo en mi boca y tomé un sorbo con temor de quemarme, pero con la idea de hacerlo, de sentir algo, de saberme vivo ante el dolor de la quemadura. Regresé el pocillo al plato y tomé mi celular, abrí la cámara y le tomé una foto. Luego, tomé un libro que tenía en la maleta y empecé a leer, leí 3 hojas y me di cuenta que no había leído nada, tomé nuevamente el pocillo, lo volví a acercar a mi boca y tomé otro sorbo, con la cuchara empecé a extraer los masmelos y uno a uno me los comí, despacio, disfrutando el momento, esperando que alguien pasara y se sentara, o que alguien me escribiera y apareciera, esperando cualquier cosa y expectante, ya saben, uno no sabe qué pueda pasar.

En Twitter  e Instagram los usuarios hablaban, comentaban, cuestionaban y hacían publicaciones sobre “el día de la salud mental”, porque esta era la semana de la salud mental en el mundo y muchos usuarios se toman en serio este momento para recordar que no estamos solos, que siempre hay alguien para escucharnos, que siempre hay algo que llega y mejora la situación, que hay mil opciones, o dos mil o infinidad de opciones para “sentirse feliz”, “estar agradecido”, “sonreír”, “caminar”, “disfrutar del paisaje y de la vida misma porque es bellísima” y sin embargo, yo me encontraba solo porque en ese instante nadie podía estar para escuchar lo que tenía por decir. Cerré las aplicaciones y suspiré, recordé  que cada quien lleva un proceso distinto y un encuentro consigo mismo diferente que debe conocer y aprender, finalmente esos mensajes querían ayudar, porque a veces la humanidad quiere ayudar.  

Pensé entonces que si hubiese sabido a mis 12 años que la razón por la que sentía nauseas antes de un examen que había estudiado juicioso y le repetía a mamá “de P a Pa” era ansiedad, me hubiese evitado tantas lágrimas de frustración al perderlo. Si hubiese sabido que la razón para enfermarme, justamente, antes de cualquier viaje familiar al que finalmente no podía ir era ansiedad, habría administrado mis formas para no perderme del viaje. Si hubiese sabido a mis 13 años que la razón de que el corazón me palpitara al llegar un docente estricto, al salir a jugar fútbol, al ver la niña que me gustaba no era miedo – porque al parecer fui simplemente un niño muy nervioso – sino ansiedad, habría adquirido más rápido las herramientas para sobrellevar estas taquicardias que me cortaban la respiración y me provocaban zumbidos en los oídos que no se detenían hasta la noche cuando regresaba a casa. Si mamá, mis hermanas, los docentes, don papá, hubiesen sabido que lo que yo tenía no era nada más que ansiedad, me habría evitado tantos paseos a consultorios, tantas pastas, tantos exámenes que “no daban con el chiste” y me hubiese evitado, incluso, tantos regaños por suponer manipulación, miedo, no ser un hombre verdadero, llamar la atención o simplemente joder.

Pero qué bueno que ya lo sé, qué bueno que ya se habla de esto y qué bueno que esta semana también estamos publicando, conversando y preocupándonos por esto, por los otros, por las otras, por nuestros familiares, amigos, conocidos y personas que diariamente tienen una lucha interna que no conocemos ni comprendemos y que en ocasiones simplemente basta hacer silencio y escuchar lo que tienen por decir. A veces la rabia, la irritabilidad, el llanto, el miedo, el silencio, el alejamiento es simplemente falta de herramientas para poder poner en palabras los sentimientos.

Es necesario desaprender esas formas juzgadoras y criticonas que se nos han vendido durante años, pues solo provocan que quienes no están bien se alejen o descarguen sus frustraciones en otras personas, cosas o momentos. Ahora podemos hablar de esto, podemos mostrar nuestros sentimientos, podemos, a veces, verbalizar lo que nos afecta; ahora, incluso, no necesito explicar tantas veces que el chocolate con masmelos lo pido justamente los días en que no me siento feliz.

 

@UnJohanTin

El Quindiano le recomienda