Guillermo Salazar Jiménez
Visitar museos de las ciudades fue una tarea unida a los viajes. Pasar de un piso a otro, de una sala llena de obras y gente del mundo para revivir el pasado, se tornó en aprendizaje colectivo, en un acto diario de caminar, escuchar y mirar. Los apuntes en la libreta de Rusbel Caminante hicieron más lentos los recorridos. De varios apuntes surgió la necesidad de reconocer la importancia de las ruinas. Recordó a Pablo Neruda: “Y aquí estoy yo, brotado entre las ruinas, / mordiendo solo todas las tristezas, / como si el llanto fuera una semilla/ y yo el único surco de la tierra.”
En este viaje por Europa, las ruinas fueron un museo al aire libre, expuso Rusbel Caminante, solo vigiladas y cuidadas por el sol, la lluvia y el viento. Se dejaron abrazar por las incontables miradas que buscaron, entre ellas, información del antes y del después para comprender el presente. Aquel antes, testigo del nacer, fueron legado de la memoria del pasado, como un tiempo solidificado por los hechos históricos que cuentan. Juana, aquella amiga, agregó que entendía el después como el espacio y el tiempo en el cual las ruinas se solidificaron. El momento en el cual empezaron a ser testimonio de lo que fue, es decir testigo de lo destruido por la insensibilidad del hombre y/o la fuerza de la naturaleza.
Rusbel Caminante pensó que las ruinas fueron un puente entre la muerte y la vida. Por ello las ruinas contenían las obras gastadas por el paso del tiempo, para mostrar, sobre lo vencido, la victoria de lo que ya no es oculto. Las ruinas perpetuaron en el presente lo que fue, se convirtieron en actores vivificantes de la historia. Mostraron lo que pasó para derrotar el olvido. Con Roberto Arlt, escritor argentino, expresó que “Se percibe la frialdad de los huesos de los antiguos muertos. Parece que en este paraje en ruinas se hubiera detenido la respiración del mundo.”
Las ruinas fueron una permanente resurrección de las obras y los hechos, comentó Juana, aquella amiga, a medida que contaron, las ruinas rescataron lo pasado –antes y después –para actualizar el presente. Cada dato que entregaron engrandeció la información de quiénes las apreciamos, en una continua interacción entre ruina y admirador que nunca termina. Concluyó con el maestro Paul Celan, poeta rumano: “Algo sobrevivió en medio de las ruinas. Algo accesible y cercano: el lenguaje”.
En buena medida las ruinas son lenguaje de la historia, concluyó Rusbel Caminante, pues es sobre el rastro de ellas que la vida emerge. Los nuevos distingos del pensar y actuar, de amar y odiar se erigieron sobre las grietas que las ruinas dejaron para avizorar el futuro. En nuestro contexto, cada colombiano tiene la obligación de construir el nuevo país sobre las huellas trazadas por aquel antes y después. Cierto maestro Benedetti: “yo también tengo ruinas/ meses y años troceados/ muñones de confianza/ perdones en añicos/ piedras en las que a veces/ me reconozco entonces/ amo la piel rugosa/ de mis hermanas ruinas”.