sábado 15 Nov 2025
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«Stella Maris»: las estrellas y la humanidad, hombres y mujeres en los mares

17 octubre 2022 4:35 pm
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Por: Manuel José Restrepo H.

Los navegantes han marcado la historia del género humano desde siempre: en son de paz, pero, también, en son de guerra. Son memorables las batallas navales, desde antiquísimos tiempos (con anterioridad a las guerras médicas cuando, en una de ellas, los persas sorprendieron la flota de Leónidas, en el desfiladero de las Termópilas), y resuenan sus ecos en las más mencionadas de la historia moderna, dos de ellas ocurridas en el siglo XVI y enmarcadas dentro de las guerras de religión, entre otras motivaciones: la primera, la batalla de Lepanto, cuando salieron triunfantes las huestes cristianas contra la armada turca, el 7 de octubre de 1571, por lo cual el papa san Pío V declaró ese día como fiesta religiosa en honor de (Nuestra Señora) Santa María de la Victoria (luego llamada, Nuestra Señora del Rosario), a cuya intercesión le atribuyó la derrota de las fuerzas musulmanas (turcas otomanas), que asediaban a la Europa cristiana; la segunda, el hundimiento y humillación de la llamada Armada Invencible (1588), dirigida por el ultracatólico monarca español Felipe II para conquistar la Inglaterra protestante de Isabel I, hija de Enrique VIII (fundador de la iglesia anglicana) y de su concubina Ana Bolena. Armada Invencible, financiada con el oro, plata, perlas y piedras preciosas saqueados de los ricos yacimientos de América y Asia, en las primeras ocho décadas de conquista española; hasta llegar a las épicas batallas navales del siglo XX en el Océano Pacífico entre los Aliados (mayormente la Marina de los EUA) y la Flota Japonesa, en desarrollo de la II Guerra Mundial.

Sobra decir que las flotas navales carecían de mujeres, pues ni siquiera se les consideraba en igualdad de condiciones con los varones y menos en la milicia.

Muchos milenios han signado la presencia del hombre en éste planeta (hoy se encuentran vestigios más allá de lo calculado hasta hace muy poco tiempo), antes de que la mujer se enrolase en las fuerzas navales de casi todas las naciones, lo cual ocurrió tan sólo en la segunda mitad del siglo XX d. C.

Es muy posible que la humanidad se haya lanzado al agua antes de la invención de la rueda, moviéndose a brazadas, a lomo de árboles silvestres deshojados y en naves hechas de juncos (de totora, en el caso de las del lago Titicaca) o de troncos ahuecados (canoas), cuando no se avizoraban los grandes avances tecnológicos que el hombre conoce en la actualidad.

El 3 de octubre, precisamente, se adjudicó el premio nobel de medicina y fisiología 2022 a un científico sueco que ha estudiado la influencia genética (por cruce) del (desaparecido) hombre de Neardental en el hombre actual.
Los genes del Homo Sapiens son una combinación de los genes de aquel con los del superviviente hombre de Cromagnon, más los genes inteligentes inoculados y venidos "al di la di la stella" que, seguramente, constituyen el llamado eslabón perdido de la evolución e hicieron posible, entre muchos avances, la orientación nocturna de bogas y navegantes, en remotos tiempos de embarcaciones con fuerza motriz humana (remos) y luego con la fuerza de los vientos (velas), cuando los marinos se guiaban en el día por el astro rey y, en las noches, con la ayuda de la luna y las estrellas, cuyas constelaciones (Antares, Orión, Andrómeda, las Pléyades, la Osa Mayor y la Osa Menor) fueron familiares para ellos, tanto en el hemisferio norte como en el sur de la bóveda celeste; más adelante aparecen el sextante, el astrolabio y la brújula, cuando el gran viajero Marco Polo, muy avanzada nuestra era, la(los) introdujo a Europa desde la ignota y lejana China para facilitar la navegación de los grandes veleros, galeras, goletas y carabelas de esos tiempos.

En los siglos XV y XVI, dados los conocimientos astronómicos y cosmográficos obtenidos siglos atrás, se podía conocer con certeza la latitud en qué se hallaba un barco en altamar, mas era todavía imposible conocer la otra variable para determinar la posición exacta del navío: la longitud; a tal punto que los ingleses -siempre tan ambiciosos- ofrecieron en 1714, cuando ya reinaba en el Palacio de Buckingham la casa alemana Hannover, un premio de 20.000 libras a quien lograse establecer la forma de medirla. Fue un proceso largo de viajes oriente-occidente y de utilizar diversos métodos, desde navegar arrastrando una manila con nudos espaciados (tal vez, de ahí viene la unidad para señalar la velocidad de las naves, hasta hoy) que permitiera(n) inducir la distancia recorrida, hasta obligar el perfeccionamiento de un reloj que, llevado a bordo, ilustrara sobre el tiempo transcurrido desde el zarpe (de cuyo puerto sí se conocía la longitud). Finalmente, y luego de largas y pacientes pruebas, un relojero británico, a finales del siglo XVIII, logró fabricar el cronómetro requerido, inmune a los movimientos de las olas y del viento, y mediante una travesía de Europa a las islas Barbados, en América, presentar su trabajo, haciéndose acreedor al premio y, al mismo tiempo, dar impulso al dominio de los mares por los ingleses, durante siglo y medio, casi de modo simultáneo con la invención del motor a vapor. El nombre de ese relojero: John Harrison.

Sin embargo, no se soñaba aún con el radar o el sonar ni mucho menos con las comunicaciones satelitales o el GPS.

Por otra parte, somos el único país del globo que lleva el nombre del descubridor oficial de América (aunque Colón nunca supo que era un nuevo mundo), cuyo nombre debió llevar el continente todo y no una pequeña parte de él, pero así son las paradojas de la historia: en cambio, lleva el de uno de sus cartógrafos.

Cuando Cristóbal Colón se hizo a la mar al caer la noche de aquel inolvidable 3 de agosto de 1492, para su primer viaje hacia lo desconocido, buscando no sólo una ruta más corta a (y desde) las islas de las especias sino un seguro destino para los judíos que deseaban escapar al ultimátum de cuatro meses (medianoche del 31 de julio) ordenado por los reyes católicos, mediante el Edicto de Granada (31 de marzo de 1492), logrando hacerlo extender por tres días hasta la medianoche de ese 3 de agosto, no sabía que sólo iba a tocar, tangencialmente y por única vez, en su cuarto y último viaje las costas del país que iba a perpetuar su nombre, ubicado en el extremo noroccidental del subcontinente suramericano. Sus extripulantes de sus tres anteriores viajes ya habían hecho la primera, aunque efímera fundación en Tierra Firme del nuevo mundo, San Sebastián de Urabá, quemada por los indómitos caribes. Poco después, Santa María la Antigua del Darién, al otro lado del golfo de Urabá, duraría unos pocos años (abandonada tras la fundación de la ciudad de Panamá, en 1519), y fue el único punto de desembarco del Gran Almirante de la mar océano y Virrey de la Indias en el actual territorio de la nación que lleva su nombre.

Hoy éste país está a punto de ver, por vez primera, a dos de las mujeres en las filas de su Armada Nacional, luciendo las insignias y galones de almirante, una de ellas originaria del antiguo Caldas, nacida en Manizales y con familia tanto en la bella perla del Ruiz como en Armenia, así como también en Antioquia y el Huila.

Otro navegante (famoso, entre los historiadores), de los mares del nuevo mundo y del lejano oriente, fue el capitán Andrés de Urdaneta (amigo personal de Felipe II), descubridor de una ruta segura para los galeones españoles que transportaban oro, perlas, especias, otras mercancías valiosas y pasajeros entre las islas Filipinas y Acapulco, después de múltiples naufragios, a un altísimo costo en vidas y tesoros, ocasionados por el desconocimiento de las corrientes del Océano Pacífico y, en especial, la contracorriente ecuatorial. Esa ruta trajo prosperidad a la metrópoli y todo ello está bellamente descrito en el libro Noticias del Imperio, del autor Fernando del Paso. El capitán Urdaneta fue gobernador de las Filipinas, ingresó luego a la orden de los agustinos y se hizo sacerdote, ante el desasosiego del rey Felipe II; con el gobernador Luis Legazpi, es uno de los colonizadores del archipiélago filipino y de las demás islas españolas del Pacífico. La ruta descubierta por el padre Urdaneta estuvo vigente por más de 250 años, hasta la llegada de la navegación a vapor.

El actual deterioro de los mares causado por la contaminación y el cambio climático (calentamiento global), consecuencia de la codicia e industrialización acelerada de la sociedad de consumo, requiere de la humanidad (con intervención de biólogos, ambientalistas, ingenieros y talasólogos) un alto en el camino.
No podemos tratar de esa manera a la casa común, que nos legó la Divina Providencia y debemos parar ya el daño causado antes de que sea tarde, en nombre de san Francisco Solano, náufrago salvado a nado en las embravecidas aguas costeras del Pacífico sur, en medio de una pavorosa tormenta en el siglo XVI, en ruta de Panamá a Perú; y de Nuestra Señora del Carmen, patronos de los navegantes.

Armenia, Quindío, 17 de octubre del año 2022, 57o aniversario del trágico fallecimiento de fray Mario Franco Arango, rector magnífico del Colegio San Francisco Solano de Armenia, en el mes dedicado a san Francisco de Asís, patrono del medio ambiente y de Italia.

 

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