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Poesía negra, mulata, afroestadounidense, anfroantillana o afroamericana. (VIII PARTE)

1 noviembre 2022 5:29 pm
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POR: ÁLVARO MEJÍA MEJÍA

El turno en esta octava entrega es para Jorge Artel. Su verdadero nombre fue Agapito De Arco Coneo. Poeta negro nacido en Cartagena, frente a la Plaza de la Trinidad, el 27 de abril de 1909. Hijo de Miguel de Arco Orozco y Aurora Coneo. Sus tías Carmen de Arco y Severina fueron figuras claves en su formación.

Carmen de Arco fue la primera enfermera profesional del país con estudios en Francia y Jamaica. Ella ocupó el cargo de directora de la Clínica de Maternidad Municipal. Fuera del ámbito profesional, Carmen organizaba tertulias a las que asistían profesionales e intelectuales cartageneros. Ese ambiente motivó al joven Artel a seguir los caminos de la literatura.

Desde los 10 años tenía claro que sería escritor. Él mismo lo relató en una entrevista: a los nueve años me aislaba, me encerraba a soñar las cosas que veía de día. El mar que me llenaba de olas. Veía una especie de claridad que percibía en el clima de La Popa, cuando era noche de luna llena.

Se graduó como Bachiller en Filosofía y Letras en el Instituto Politécnico de Martínez Olier. En 1945, obtuvo el título de abogado de la Universidad de Cartagena. Solo ejerció el derecho desde la academia, como profesor, rector y decano.

Desempeñó el cargo de jefe de Instrucción Pública en el Departamento de Bolívar y también fue Inspector de Policía en el Corregimiento de Santa Elena en Medellín.

Fue perseguido y encarcelado, desde muy joven, por sus ideales de izquierda. Se hizo liberal y, como tal, ocupó la Secretaría de Gobierno de Bolívar.

En 1948, tras la muerte de Jorge Eliécer Gaitán, Jorge Artel partió de Colombia en un exilio voluntario que lo vio peregrinar por México, Cuba, Puerto Rico, Estados Unidos (en donde, por diez años fue traductor de la Organización de Naciones Unidas) y Panamá. Y mientras en Colombia, la obra del poeta entró en un silencio prolongado, afuera se dieron a conocer sus creaciones, como se relató un escrito del diario El Tiempo, el día de su deceso.

Vivió en Puerto Rico, El Salvador, Guatemala, Honduras, México (donde ejerció el periodismo y fundó "El Porvenir"), Panamá (la más extensa) y en Estados Unidos, donde estuvo vinculado a varias instituciones de educación superior. Ocupó la redacción del Readers Digest y fue consultor para la Organización de las Naciones Unidas.

El poeta regresó al país en 1970 o 1972 (según otras fuentes), invitado por el escritor José Consuegra Higgins. Ocupó los cargos de rector de la Universidad del Atlántico y director de la Biblioteca de esa Universidad. Posteriormente, se radicó en Malambo con su familia. Por muchos años sostuvo su columna “Señales de Humo”, que se publicaba en el diario El Colombiano de Medellín.

Artel falleció en Malambo, Atlántico, el 20 de agosto de 1994, a los 85 años, a causa de un paro cardíaco, precedido de un derrame cerebral. Su cuerpo fue velado en la Casa de la Cultura de la universidad que ayudó a fundar, la Simón Bolívar (allí fue docente, decano y rector). El sepelio se cumplió a las cuatro de la tarde de ese día, en Jardines de la Eternidad de Barranquilla.

Conocido con los apelativos del poeta negro de América, el poeta de las negritudes o, simplemente, el negro Artel fue uno de los bardos más creativos en la historia de la poesía colombiana del siglo XX. Fue contemporáneo de los poetas de la generación Piedra y cielo, su obra se forjó paralela a la de escritores como Aurelio Arturo, Eduardo Carranza y Arturo Camacho Ramírez, Jorge Rojas y Fernando Charry Lara. (Jorge Artel, el poeta de ébano, diario El Tiempo, 1994). Sin embargo, esas primeras incursiones las fue dejando atrás, para dedicarse a los cantos negros.

Sus obras fueron: Tambores de la noche (1940), Modalidades artísticas de la Raza Negra, Poemas Botas y banderas (1972), Cóctel de Estampa y Antología poética (1979), Poemas Sinú, riberas de asombro jubiloso (1979), De rigurosa etiqueta (drama), la novela No es la muerte… es el morir (1979) y los ensayos Modalidad artística de la raza negra, Defensa preventiva del Estado y Santander y su influencia en la fisonomía de Colombia.

La escritora cartagenera Hortensia Naizzara Rodríguez escribió en su tesis doctoral: La poesía arteliana está al margen de los estándares de la gramática española. Surge a partir del coloquialismo y el diálogo con sus ancestros, proponiendo una visión estética alejada de los movimientos literarios que surgen en Colombia en las primeras décadas del siglo XX, como el preciosismo y el parnasianismo literarios; y se inscribe en la cultura que comprende el cuerpo, la piel, los relatos de historias sociales y los relatos de historias locales en Cartagena de Indias. Es decir, aquí se aprecia que la cultura no es un objeto estático, sino que parte de códigos y valores, entre los que se encuentran la puesta en escena de la visión política, la música, el cuerpo y las tradiciones del hombre africano en una constante comunicación con el pueblo americano. (…) Es importante resaltar que Artel estuvo en permanente comunicación con escritores caribeños como Nicolás Guillén, en Cuba; Aimé Césaire, en Martinica; y leyó previamente a escritores de vanguardia y autores surrealistas.

Según Luis María Sánchez, Artel es un cantor de la alegre tristeza en versos populares y humanos, en sus composiciones vibran el dolor y la protesta; el lenguaje de los bogas, las olas, las costas y los ríos, se vuelve sonido y color de sombra en sus palabras; en ellas tiembla toda la sensualidad y se agita el lirismo de la cultura negra. Su validez lírica se refleja en los poemas "Velorio de la boga adolescente" y "Ahora hablo de gaitas", incluidos en su primer libro de versos, Tambores en la noche, publicado en 1940. Esta última obra está dividida en dos partes bien definidas: la poesía negra, la verdaderamente suya, situada en la primera parte del libro, y su poesía anterior, muy influida por poetas como Pablo Neruda y Gregorio Castañeda Aragón. (Publicación de la red cultural del Banco de la República).

Le cantó a su raza con orgullo y con un tono de protesta innegable: Negro soy desde hace muchos siglos, / poeta de mi raza, heredé su dolor. / Y la emoción que digo ha de ser pura / en el bronco son del grito / y en el monorrítmico tambor. / El hondo, estremecido acento / en que trisca la voz de los ancestros en mi voz. / La angustia humana que exalto / no es decorativa joya para turistas. / ¡yo canto un dolor de exportación ¡ Con el título de este poema se realizó en el 2021 un documental dirigido por Álvaro Serje y producido por Natashia Franco y Leonor Manotas, que exalta la herencia negra a la cual Jorge Artel le escribía con pasión.

En el siglo XX, Laurence Prescott, de Estados Unidos; y Álvaro Suescún, de Barranquilla, rescataron su obra. El primero hizo un estudio literario, que da cuenta de sus aportes a la literatura colombiana e hispanoamericana. Y el segundo, recogió su obra periodística, como lo señaló Rubén Darío Álvarez en el Universal (Jorge Artel, un poeta vigente, 28 de abril de 2013).

Para mi gusto particular, el Velorio del boga adolescente es un poema magistral, porque cuenta las costumbres de los velorios de su tierra y de su raza, pero, además, es una elegía inmortal a una boga joven que llevaba la alegría de los suyos y la vitalidad de sus costumbres:

Ya le lavaron la cara, / le pusieron la franela / y el pañuelo de cuatro pintas / que llevaba los días de fiesta.

Hace recordar un domingo / lleno de tambores y décimas. / O una tarde de gallos / o una noche de plazuela. /

Hace pensar en los sábados / trémulos de ron y de juerga, / en que tiraba su grito / como una atarraya abierta! / Pero está rígido y frío / y una corona de besos / ponen en su frente negra. /

(Las mujeres lo lloran en el patio, aromando el café con su tristeza. / Hasta parece que la brisa tiene un leve llanto de palmeras!) / Murió el boga adolescente de ágil brazo y mano férrea: / nadie clavará los arpones / como él, con tanta destreza! / Nadie alegrará con sus voces las turbias horas de la pesca… /

¿Quién cantará el bullerengue? / ¿Quién animará el fandango? / ¿Quién tocará la gaita en las cumbias de Marbella? / Lloran en llanto de cera las estrellas / temblorosas que alumbran su sonrisa muerta. /

Mañana, van a dejarlo, ¡bajo cuatro golpes de tierra! /

 

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