James Padilla Mottoa
Esta semana me crucé en las redes con imágenes y temas que me echaron encima un torrente de nostalgias: imágenes de La Voz de Armenia y comentarios que surgieron espontáneamente al solo influjo de ese nombre que, por sí solo, puede albergar la mayor parte de la historia de la radio en el Quindío.
Los que alguna vez tuvimos la dicha de hacer parte de esa maravillosa empresa de radio, la llevaremos para siempre en nuestro corazón.
En una llamada que me hizo una mañana el señor Arcesio Chica Suárez, invitándome a venir a Armenia a probar como locutor todero, se me cambió la vida por completo. Lo abandoné todo para venir a trabajar tres meses a una ciudad para mí desconocida, sin imaginar que esos tres meses se convertirían, hasta hoy, en 53 años y en un destino final.
Pero esa es otra historia, porque los protagonistas no son quien escribe esta nota y sus circunstancias, sino La Voz de Armenia y la radio quindiana en aquellos estertores del año 1969.
Entonces Armenia era una ciudad hermosa con una serie de atractivos que desaparecieron luego del terremoto del 99. La radio tenía una brillante trayectoria con realizaciones mayores entre las que se destaca la anhelada independencia administrativa de 1966, momento cumbre de la gestión cívica y política de las gentes de la región.
Conocimos aquí periodistas, locutores, productores y presentadores que eran creadores de indiscutibles ejecuciones en la solidificación de una comunidad en desarrollo: Arcesio Chica, Leonel Dávila Marín, Henry Pineda, Cecilia Latorre Mejía, Alberto Duque Ochoa, Hernán Barberi, eran directores de unos medios robustos en credibilidad y ricos en el personal que tenía capacidad y pasión para asumir el liderazgo en un territorio que tenía todo por hacerlo.
Pero les quería contar de La Voz de Armenia que tenía una hija menor llamada Radio Estrella: técnicamente era lo mejor; su sonido era algo espectacular y sus hombres trascendieron en el tiempo.
Recuerdo a los periodistas Aníbal Cárdenas Cifuentes, Silvio Martínez Montoya, Arcesio Chica, Francisco Arango Quintero, Beatriz Alzate García; locutores como Octavio Franco Giraldo, Álvaro Javier Calderón, Rogelio Guevara Villamil, Arley y Alirio Sabogal, Henry Celis Sánchez; un personal complementado por operadores de sonido magistrales como Mario Arias Duque, James Pulgarín Gallego, Omar Ocampo Zapata, José Ulises Herrán y la discotecaria Cecilia Toro.
Seguro la memoria me juega una mala pasada y se me quedan otros nombres y por ello presento mil disculpas de manera anticipada, pero es que más allá de lo importantes que eran aquellos hombres y mujeres que dirigía la inolvidable Mery Villegas Villa con la siempre amable secretaria Amanda Rincón, estaba el calor humano, el ambiente de fraternidad que uno podía palpar cuando ingresaba a esos estudios del viejo edificio Lujiménez. Con tantos años que tuvimos en la brega diaria en nuestro oficio radial, debemos confesar que ni antes ni después pudimos encontrar un lugar más acogedor y más cordial para darle rienda a nuestros sueños profesionales. Como lo hemos dicho siempre, fueron los años en los que éramos infinitamente pobres, pero inmensamente felices en ese hogar de nuestras ilusiones de radio.
Disculpas también porque esta vez me ha arrastrado la nostalgia por aquellos años, por esos hombres y mujeres enormes y sobre todo por el amor que compartimos en un lugar del que no queríamos apartarnos en momento alguno.
Todo porque en estos días los encontré a algunos hablando de una imagen gigante que es La Voz de Armenia…y se me vinieron encima estos recuerdos.