Armando Rodríguez Jaramillo
Transitar por las calles de Armenia es aceptar que el caos que predomina es la expresión del individualismo colectivo y de una gobernabilidad que se extravió por los meandros de la política. Hace poco iba en bus en medio de un trancón monumental. Próximo a llegar a mi destino, frente al centro Comercial Portal del Quindío, el chofer me dejó en el centro de la calzada pues el carril de la derecha era usado como parqueadero de carros particulares y la bahía para buses estaba invadida de taxis. Al bajar quedé frente a un automóvil al que su conductor poco le importaba el trancón que ocasionaba. Así que le dije: ¿Señor, se ha dado cuenta que está detenido en el paradero de buses? El personaje de marras me miró y de forma desafiante respondió: «Y a usted qué le importa, ¿acaso es el dueño de la calle?». En otra ocasión encontré una ambulancia parqueada justo frente a una rampa para discapacitados. Entonces le sugerí a su conductor que corriera el vehículo unos metros, a lo que me respondió: «No sea metido, deje de sufrir por los demás».
De igual modo en el barrio Laureles, que pasó de residencial a comercial y de servicios con sus calles y andenes convertidos en zonas de parqueo, vi a dos mujeres que llevaban a una anciana en silla de ruedas, las tres transitaban por la calle pues las aceras estaban invadidas de carros y motos. Entonces me acerqué a un conductor que se aprestaba a estacionar su carro sobre el andén y le dije que los andenes eran para los peatones. Aquella persona visiblemente molesta me respondió: «Entonces donde quiere que cuadre si todo está ocupado. Mire, si otros lo hacen, por qué no puedo hacerlo yo».
Estas experiencias me producen frustración e impotencia ciudadana. ¿Qué le pasó a la ciudad?, ¿Cómo llegamos a este caos descomunal? ¿Qué debemos hacer para volver a ser una sociedad ordenada? No tengo la respuesta y tampoco la investidura para tomar decisiones, pero si poseo la autonomía para no causar desorden ni anarquía con mi comportamiento ciudadano, pues sobre mi actuar tengo gobernabilidad.
Son tantas las cosas que se dejaron de hacer y tantas las que se hicieron mal que para mí resulta inaceptable que el Conpes 3572 del 16 de marzo de 2009 que presentó el proyecto de Sistema Estratégico de Transporte Público de Pasajeros para la ciudad de Armenia con el fin de desarrollar una movilidad adecuada para la ciudad, aún tenga pendientes por ejecutar cuando su cronograma sus obras indicaba que estas terminarían en julio de 2011.
Es inaceptable que luego de que aprobara el Concejo Municipal el acuerdo 020 de octubre de 2014 por medio del cual se autorizó a la administración de Armenia el cobro de obras por valorización para la ejecución de 12 obras viales, ocho años después los armenios aún estemos a la espera de que nos cumplan.
Es inaceptable, tal como lo señala el Informe de Calidad de vida 2021 publicado por el Programa Armenia cómo vamos, que desde que se aprobó en 2009 el Plan de Ordenamiento Territorial de la ciudad que definió las prioridades en materia vial, a la fecha solo se ha construido 2,3 km (7%) de un total de 33 km prioritarios definidos en el plan de movilidad.
Es inaceptable el deterioro de la malla vial de la ciudad y que las obras públicas demoren semanas y hasta meses en ser ejecutadas. O que tal la reposición de unos pocos metros de pavimento en la calle 22 norte con carrera 16 que suma más dos meses en ejecución con el traumatismo que esto ocasiona.
Es inaceptable que llevemos años con los mismos trancones en las mismas glorietas y en los mismos cruces sin que las autoridades de tránsito hayan logrado superar estos nudos; pero también lo es que conductores particulares y taxistas sigan estacionando sus vehículos frente a centros comerciales y paraderos de buses obstruyendo la movilidad.
Es inaceptable que la ciudad esté a merced de números motociclistas para los que no hay normas de tránsito ni semáforo que respetar, y no contentos con ello, convierten lo poco que nos queda de ciclovías en carriles para motos y transitan sobre los andenes cuando hay atascaos en la vía.
Es inaceptable que aún haya conductores que no entiendan qué es y para qué sirve un paso peatonal y que sobre vías concurridas se estacionen carros con ventas de donas, frutas, helados, dulces, gelatinas y mazamorra con panela y arroz con leche.
Pero como señalé en un reciente artículo titulado Armenia y su congestionada movilidad, «más que a un problema de congestiones y trancones, nos enfrentamos a una crítica disminución en calidad de vida y bienestar, y a un enorme menoscabo económico y de productividad. Y es que aún no hemos cuantificado los costos de haber permitido que la ciudad llegara a este desorden en movilidad, costos que están representados en la enorme pérdida de tiempo en que incurrimos para ir al trabajo o hacer cualquier diligencia, en la lenta distribución urbana de mercancías y servicios, en la demora para atender accidentes y emergencias (ambulancias y bomberos) que pueden comprometer vidas y patrimonios, en el aumento de contaminación por ruido y emisiones de gases […], en la pérdida de competitividad que hace a la ciudad menos atractiva como destino turístico y como foco para atraer inversiones y empresas, en la alteración del ánimo de las personas y el aumento del estrés colectivo, y en el incremento de la accidentalidad ante la intolerancia que generan los trancones».
A estas alturas vale la pena citar lo que escribió el economista y experto en planificación Edgar Ortegón Quiñones en relación con el transporte urbano en su libro Prospectiva y planificación en la era de la inteligencia artificial en América Latina y el Caribe ¿Cómo salir del entrampamiento? (2022): «[…] un problema de transporte urbano no solo es una cuestión que incumbe a ingenieros o planificadores mediante la ampliación de vías y construcción de nuevas autopistas. Es algo más que eso: en su solución intervienen las modalidades de trabajo, el uso del transporte público y sus interrelaciones, el acceso a medios alternativos de transporte como la bicicleta, la seguridad pública, el diseño de las ciudades, la localización de los centros de educación, la informalidad, la segregación social, la regulación sobre el uso del suelo, el ordenamiento territorial, el reconocimiento de las diferencias de toda índole y los conceptos de civismo y ética sobre la concepción misma de las ciudades que queremos habitar (pág. 47)».
En consecuencia, creo que estamos entrampados en una anarquía organizada en la que, si bien hay responsabilidades ciudadanas, la mayor obligación recae sobre las administraciones municipales. Sin embargo, hoy en día no es posible entender un problema como el del transporte urbano de la ciudad desde el prisma de una sola disciplina, esto requiere de nuevos enfoques y de actuaciones integrales, razón por la cual más que un problema técnico, estamos ante un problema político y de concepción del desarrollo de grandes proporciones.
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