Una plaga incontrolable

9 diciembre 2022 3:56 am

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Aldemar Giraldo Hoyos

Según Tonio Andrade (2017), “en momentos de  paz los países no desarrollan armas; en cambio, en los momentos de guerra los gobiernos se ven forzados a invertir en la ciencia para el desarrollo de armas  efectivas”; así, la edad de la pólvora comenzó entre 960 y 1279 (dinastía Song), pero, solo en el año 1250 se comenzó a utilizar como arma bélica, momento en el cual se inventó el primer cañón; de aquí en adelante se fue purificando el polvito (la mezcla) y los distintos países empezaron la competencia por el tamaño y la  capacidad destructiva del cañón; de acuerdo con los historiadores, el primer cañón era pequeño y no se utilizaba para derribar murallas, sino para apuntar a las personas; de allí en adelante cambia, totalmente, “el arte de la guerra”  y comienzan las masacres colectivas.

Pero, la pólvora, al ser utilizada y refinada por otros pueblos se convirtió en un boomerang para los chinos y a través del tiempo tuvo que tomar de su propia medicina y sufrir los estragos en sus ejércitos. Para no extender la horrible historia de la pólvora, es bueno recordar que la guerra sino-japonesa de 1894 fue el último gran conflicto de la “edad de la pólvora”, dando paso al uso de otras armas; el detonante negro quedó para el entretenimiento en los fuegos artificiales.

Esta fue la herencia que nos dejaron para todo tipo de celebraciones, unas veces, mezclada con licor y otras, con puñaladas; mientras escribo la columna veo los destellos y escucho los incesantes estallidos a través de la ventana, provenientes de un barrio popular; cosa rara, mientras más pobres, más queman el dinero. Sé que muchos no saben por qué las luces y los faroles del 7 de diciembre; desafortunadamente, otros no han podido entender los peligros que entraña la quema de pólvora y los riesgos que corren sus hijos; a propósito, un adulto le entrega una papeleta a un menor y lo felicita después del estallido.

Según el Instituto Nacional de Salud, hubo 54 lesionados por pólvora pirotécnica entre la noche del 7 y la madrugada del 8 de diciembre; sobre las 6 de la tarde indicó que el número de afectados en la jornada subió a 98 casos; faltan los lesionados del 8 de diciembre hasta la madrugada del 9. En total, en los primeros 8 días de diciembre, el INS ha registrado 156 lesionados por pólvora; una festividad o celebración se convierte en tragedia y sufrimiento para muchas familias y grandes erogaciones para el Estado.

La pregunta es: ¿hasta cuándo? Lo grave es que la mayor parte de las víctimas son menores de edad y las consecuencias son funestas: laceraciones, amputaciones, contusiones, daño auditivo, daño ocular, etc. ¿Dónde están sus padres y cuál es su responsabilidad? ¿Qué medidas, reales, toma el Estado y cuáles las implicaciones de esos progenitores o cuidadores?

No solamente sufren los niños, también, los animales urbanos y rurales; el impacto es inmenso: quemaduras, desespero, salivación, arritmias cardíacas, estrés, desorientación y, en muchos casos, la muerte; las aves se esconden, se alejan y las mascotas se ocultan o se fugan, definitivamente. Además, debe pensarse en el impacto o contaminación ambiental: ruido, humo y gases.

Como lo expresó la directora del ICBF: “Las lesiones por pólvora no están relacionadas con accidentes sino con negligencia e inobservancia por parte de los padres de familia y estos accidentes son prevenibles”. Yo le agrego algo: la fuerza de la Ley debe caer sobre esos padres irresponsables y nosotros estamos en la obligación de denunciar todos esos desmanes. Como decía mi abuela: “Un padre que es padre de verdad se responsabiliza de sus hijos sin necesidad de que nadie le recuerde que debe hacerlo”.

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