Guillermo Salazar Jiménez
Antes temblaron por la fiebre producida por la pandemia, ahora tiritan de frio por la peste del invierno, pensó Juana, aquella amiga, después de ver las noticias de barrios y pueblos ahogados; de carreteras destruidas y casas derrumbadas por aguas sin control. ¿Qué hacer? ¿Cómo ayudar para que el gobierno cumpla la palabra de resolver los eternos problemas de las inundaciones? Creyó que los desastres no son culpa del invierno, como lo afirmaron gobiernos pasados, sino ausencia de voluntad política para atender los discriminados y respetar la vida de los ciudadanos. En un país injusto y desigual, la protección de las familias es un simple enunciado hueco e indolente.
Resolver el problema de las inundaciones es apoyar las propuestas del presidente Petro para transformar a Colombia, Rusbel Caminante, agregó que los aguaceros afectan de manera directa a los desposeídos, aquellos que el Estado les negó protección. Son ellos los principales afectados porque siempre fueron los marginados. Culpar a la naturaleza es engañarlos y dejar de señalar los verdaderos responsables de los desastres. Completó al afirmar que mienten los que inculpan a la lluvia y a los ríos de las muertes y destrucción, al contrario, son fuentes naturales de vida.
Juana, aquella amiga, expresó preocupada aquella duda que la trasnocha, mientras la lluvia golpeó su ventana toda la noche: ¿Por qué aquellos que aguantan las inundaciones esperan pacientemente los nuevos inviernos para sufrir iguales desastres? Creyó encontrar la respuesta en El coronel no tiene quién le escriba, donde García Márquez señala la eterna espera como guía de vida, donde la inútil esperanza en la justicia que, en la vejez del Coronel, anidó para siempre en la vida de los colombianos. El eterno retorno, los problemas naturales de la vida girando alrededor de gobernados y dirigentes. Concluyó que el verdadero invierno es consecuencia de promesas gubernamentales incumplidas y en la irremediable falta de entereza de los colombianos para desafiar el cambio.
“Sopla, sopla, viento de invierno, no eres tan cruel como la ingratitud del hombre”, lo leyó Rusbel Caminante de William Shakespeare, para asegurar que la crueldad de los desastres sufridos en estos meses de horror no es culpa de la naturaleza, está en los hombres, en la desidia de nuestros dirigentes y en su falta de humanidad. Supuso que el invierno para los pobres arruinados por las inundaciones es más frío porque las promesas electoreras están lejos de cálidos recuerdos. Saben lo que puede pasar con su casa de lata o cartón; construidas en laderas u orillas de quebradas y ríos. Expresó que rezan para que no se salgan de madre, igual como ocurrió hace meses o años, ruegan la protección de Dios, le piden convencer al Alcalde o Presidente para que atiendan sus necesidades de siglos. Los relámpagos y truenos acompañaron los pesares de Rusbel Caminante con Pablo Neruda: “Mientras tanto crece a la sombra/ del largo transcurso en el olvido/ la flor de la soledad, húmeda, extensa, / como la tierra en un largo invierno”.