La historia del incremento anual del salario mínimo es la misma siempre: los empresarios, el Gobierno y las centrales obreras discuten sobre las décimas de una cifra cuya parte entera siempre es avara. Los empresarios y el Gobierno son el mismo perro con distinta soga, y los dirigentes sindicales son unos señores cuyo representante más distinguido es Angelino Garzón. ¡Imagínense el resto!
Después de un largo forcejeo, los perros proponen que un aumento sea del 4,3 y los angelinos dicen que jamás, que eso es una miseria, que la oligarquía patronal quiere matar de hambre al pueblo, ¡que 4,5 o nada!
Los perros alegan que 4,5 es una cifra delirante y populista que desestimulará la creación de empleo, recalentará la economía y producirá una inflación apocalíptica. Estoy de acuerdo con los perros. Con esos pesos adicionales los obreros salen a comprar toyotas, guccis, louisvuittones, penthouses, diamantes, rolex y montblancs y la economía se recalienta. Porque todos sabemos que el problema del país no son los billones que se esfuman en los agujeros negros de la contratación pública ni en las pulcrísimas alianzas público-privadas, ni en los costos de los “operadores”, ni en la perrata tercerización del empleo que los gobiernos alcahuetean, ni en los sueldos de los senadores sino en esa cifra perversa que el demonio susurra en las orejas sindicalistas: cuatro-cinco.
Al final los perros y los sindicalistas firman por 4,4 y todos tan contentos.
Este año los sindicalistas piden un incremento del 20 % porque la inflación está por encima del 12 %, los servicios públicos subieron 27 % y los alimentos superaron hace rato el 30 %. Sin embargo, los quejumbrosos empresarios se plantarán esta noche alrededor del 15-16 % (escribo en la mañana del jueves). Esperemos que una movida audaz del presidente la suba hasta el 20 %.
En 2021 se acordó un aumento “histórico” del 10 % porque los alimentos habían subido hasta un 35 %. Pero un empresario decidió aumentarles el salario a sus obreros y empleados en 12 % y el gremio lo miró rayao. ¡Recalentador populista!
Maurice Armitage es un empresario caleño del cemento y del acero y experto en joder a sus colegas. Adora los incrementos por encima de la cifra oficial. Los banqueros y los empresarios lo invitan a sus congresos solo una vez porque siempre les enrostra su avaricia. Armitage es la mala conciencia de los avaros. ¡Ha llegado al extremo de repartir miles de millones de pesos de las utilidades entre sus empleados! En sus empresas, el salario mínimo es $2,3 millones para empleados de servicios generales y $3,3 millones para los obreros de planta (¡sin contar extralegales ni utilidades!). A pesar de estas locuras y de las rabiosas plegarias del gremio, Armitage lleva varias décadas dando mal ejemplo y no se ha quebrado.
Es un bello marciano, sí, pero no es el único empresario justo. También pagan buenos salarios Palmolive, Carvajal, Cartón Colombia y los ingenios azucareros. “Pagar bien es la plata mejor invertida del mundo”, dice Armitage. “La gente vive mejor, compra de todo, hasta cemento y acero, y la economía se dinamiza”.
Notas.
Este año hay una luz de esperanza: un Gobierno social y una ministra del Trabajo que viene del buen sindicalismo.
Debería haber un incremento diferencial para las empresas pequeñas. Les quedaría pesado un incremento del 20 %.
Es lamentable que muchos precios y tarifas estén amarrados al incremento del salario mínimo: arrendamientos, peajes, alimentos, servicios públicos… Deberían deslindarse del incremento todos estos ítems.
¿Será mucho pedir que el Niño Dios nos traiga más armitages y menos empresarios avaros?