Capítulo uno: El muerto
Si el mudo trata de impedir que yo salga a la calle, estoy seguro de darle una patada; es estúpido lo que pretende conmigo: encerrándome. No puede ser un espía de mi madre (los espías son la última carroña de la vida, lo presiento), por eso sus ojos se mueven al desliz de mis desplazamientos, por eso sus manos apuntan como un rifle, desde cada ángulo de esta cárcel, ¡oh maldito dictador de mi soledad, maldito embrujado! Porque lo es, de eso estoy seguro: he reconocido a mis quince años, las extrañas sesiones de espiritismo que celebra con madre, sí, es espiritismo… es influjo de conejos, ratas, murciélagos, tórtolas, corazones de gatos y serpientes, muebles de ese abismal cuarto cerrado bajo siete llaves… Espiritismo tiene que ser; ¿los gritos; las exclamaciones del más allá?
Si el imbécil me prohíbe salir, si se cruza en el paso, le aplicaré en el rostro una palmada cuya resolución le hará volver por los caminos que anduvo antes de nacer. Ahí viene. Trataré de no mirarlo… pero, no parece que me buscase a mí; ya sé: busca el gato negro de sus alabanzas, el gato negro del repudio de madre, pues ella detesta los gatos negros, el mudo se defiende y dice que son el sol de la mañana, el maullido de la niña en flor de su ventana… ¡bastardo! Cómo él existen en la tierra hombres cuya voz es invisible, más no bastardos. Ahora, mira hacia aquí, qué asco, qué miedo, ¿miedo? sí he de morir, no será por el miedo, no, por otras causas o quizá por esa angustia de no encontrar el miedo de escapar de mi soledad… va a hablarme, yo no quiero.
Sus gestos son enormes, como letras de avisos publicitarios, cualquiera las ve, las lee, pero no creo que las comprenda, así son sus gestos, sus manos dibujan o escriben lo que busca (una búsqueda desde lo más hondo de sus imágenes, escucho y veo desde hace quince años, pues nací con él, la misma placenta y el mismo vientre nos guio desde ese día, día que escuchamos la voz de nuestra abuela, nacieron dos niños, cuando en realidad habíamos nacido mucho antes, jugábamos con un fondo musical que era el balón de recuerdos que madre poseía de padre, más los de padre y de abuela, un balón musical… también los conciertos de música de intestinos desinflándose e inflándose poco después, música de vejiga expulsando un líquido, música de Torrente, el pom-pom matemático, sonoro, argentino y también, también esa música de Mussorgski que escucho apenas para huir del mudo, en casa de uno de mis amigos).
-Qué buscas- pregunto, es la última señal y comprendo. -No vayas a salir, lo voy a buscar, al gato-. -No, le respondo. Me mira acuciante, pletórico de una respuesta acorde. -Está bien, no voy a salir por el momento, puedes buscar el gato-. -Si escapas te mataré-, dice nombrándome el viejo revólver de padre, que carga en uno de sus gigantescos gestos y que acompaña el movimiento señalante de su mano izquierda. -No salgo, puedes estar seguro, no salgo, espero aquí mismo, puedes subir a los techos tranquilamente-, digo. Parece que quiere seguridad y lanza una mirada a mis ojos, luego la desvía hacia donde se halla el lazo, sobre la pared del fondo, colgado de una puntilla. Otra vez me mira ¿no sería mejor dejarte amarrado? -No hay necesidad- digo. Se aleja, sube al techo, por la escalera, tranquilo va por su gato.
Rápidamente decido escapar por enésima vez. Me dirijo a la caja fuerte, acciono el mecanismo, la clave, saco un buen fajo de billetes. Oigo un ruido en el techo, unas piernas se asoman. Guardo los billetes, tiró la puerta de la caja pum-pum: mi hermano está frente a mí con ese infeliz gato negro, lo acaricia insulsamente frente a frente de mi asombro, mis bolsillos repletos, el mudo no sospecha nada, toca esperar… esperar a que se largue con su gato rumbo al lavadero que hizo construir para el animal y para él, se bañan cada mañana a esa hora más o menos, ya se oirá el inmenso griterío del desgraciado gato y su amante, el mudo Roberto.
Observo el gato desnudo durante un buen rato, a mi hermano untándole jabón en los sobacos, en el genital y en el rabo; es un gato único: como papá y mamá tienen mucho dinero y mi hermano, hijo de sus brujerías, se puso a llorar por muchos años, porque no tenía un gato que fuera como él, humano, un gato que pudiera desvestirse como él lo hace con su cuerpo purpurino, bañarlo, construirle una mesa especial de seis puestos para cuando tenga familia; -necesito una guitarra para mi gato papá y mamá, y una para mí, pues deseo que el cante y sea músico, como yo, sólo eso pido, concluyó al escribir-; había ido a la escuela y conocía las lágrimas o mejor cómo lloraban los humanos, por eso escribió sin llorar -Estoy llorando papá y mamá, porque no tengo un gato de esta y esta manera, etc.-, hasta que no pude soportar más y lancé un grito de rabia sin escribir una sola línea, ya que hablo, les grite a los tres que estaban, dos leyendo y el mudo adivinando los efectos de su carta -yo quiero ser un guerrillero-.