Gilberto Zaraza Arcila
Los conflictos crecientes de la humanidad en los que impera la intolerancia, el odio, la agresión y la violencia, antes que la solución pacifica de los mismos, nos inducen a pensar que se extiende de manera preocupante la sociopatía, trastorno de personalidad antisocial, en el que se ignoran los derechos y los sentimientos de los demás. Se actúa con crueldad o indiferencia ante nuestros semejantes, sin sentir culpa o remordimiento por nuestra conducta.
El manejo de la pandemia demostró egoísmo, insensibilidad y falta de empatía con los países subdesarrollados. Se priorizó el negocio y los intereses económicos de las multinacionales. Cuando debió primar la cooperación internacional y la solidaridad mundial, levantando los derechos de propiedad intelectual de las vacunas, que habrían salvado la vida a 15 millones de personas.
Eso sin ahondar sobre las causas verdaderas del origen del virus y los efectos colaterales y la efectividad de la vacuna; que a pesar de las dosis completas no salvan vidas. Pero que dejaron utilidades exorbitantes a los laboratorios. La ciencia y el conocimiento deben estar al servicio de la humanidad. No del mercado, la ganancia y la explotación de los más débiles.
Es injustificable la guerra entre Rusia y la OTAN en suelo ajeno, promovida por los Estados Unidos para favorecer sus intereses geopolíticos y económicos, a costa de la muerte de cientos de miles de seres humanos, el desplazamiento y el sufrimiento de millones y la destrucción de Ucrania. Todos los miles de millones de dólares para atizar la guerra, y para el desarrollo de armas nucleares que destruirán la vida; deberían ser destinados a consolidar el desarme y la paz mundial. A solucionar el hambre y el desempleo. A desarrollar los países atrasados, lo que evitaría la emigración.
La política despiadada e inhumana en materia de inmigración de los países desarrollados, que colonizaron, explotaron y empobrecieron el continente africano y los países latinoamericanos; y hoy los rechazan y les niegan una oportunidad de trabajo. Sin importarles el enorme sufrimiento y la muerte de decenas de miles que mueren ahogados en el mar o en las travesías terrestres. En el mundo hay suficiente tierra y riqueza para que todos los habitantes del planeta tengan una vida digna. La ONG Oxfam muestra estadísticamente como cada año se incrementa la concentración de la riqueza, al tiempo que crecen la pobreza y la miseria y el desempleo.
El feminicidio en aumento que convirtió el hogar en un lugar mortal para las mujeres. Según la OMS el año pasado fueron asesinadas 81.000 mujeres y niñas, el 56% a manos de sus parejas, Con asistencia sicológica y buen acompañamiento, se habrían podido evitar.
El suicidio es otra tragedia mundial que no recibe atención estatal. Cada 40 segundos se suicida una persona, sin que exista una política de salud mental efectiva que impida este drama familiar, que causa 800.000 pérdidas de vida anualmente. La indigencia, los habitantes de calle, los desplazados que tienen que dejar todo e imploran la caridad publica, ante la indiferencia e indolencia de gobernantes y la comunidad.
Ya existe la cura para muchas enfermedades, pero no se ponen al servicio de los enfermos, porque acaba con negocios multimillonarios de farmacéuticas con paliativos. Aumenta la discriminación, el racismo, el machismo, la homofobia, el rechazo a quien piensa o actúa diferente. Todo ha sido mercantilizado, hasta el cuerpo humano. La vida no importa, no vale nada. Los encargados de protegerla están dedicados a extinguirla. La sociedad desprecia la persona que no produce, que no consume. Por eso se les denomina desechables y se hacen “limpiezas sociales”. En vez de empatía y solidaridad, hay cada vez mayor deshumanización.
Colombia es uno de los países con más riquezas naturales, pero de los más desiguales del mundo. La mitad de la población aguanta hambre, subsisten en la pobreza y la miseria, sin vivienda, educación, ni empleo. El año pasado según el Instituto Nacional de Salud, 330 niños murieron por desnutrición. Con la acción oportuna del ICBF que tiene la obligación de garantizar los derechos de la infancia y adolescencia, y cuenta con un presupuesto de 8.2 billones de pesos al año, estas dolorosas muertes se habrían podido evitar.
Desde hace muchos años el sector rural y la población indígena está abandonada, por eso se vienen a los municipios a solicitar ayuda, como las niñas en San José del Guaviare que aguantan hambre y son violadas por depravados militares o civiles a cambio de comida. Y las inducen al vicio para sodomizarlas y convertirlas en esclavas sexuales. Sin que el ICBF y las autoridades civiles y militares hagan algo para impedir este horror.
La sociedad esta enferma, sufre de sociopatía o insania. Se requiere con urgencia un cambio de valores, de mentalidad y de atención a la salud mental de la población. La tierra es cada día más invivible e insegura por la competencia feroz, la rivalidad por conseguir y acumular dinero y poder. No podemos seguir siendo lobos entre nosotros mismos. A cambio del egoísmo y el individualismo, debemos anteponer la solidaridad, el humanismo, la empatía. En vez de salir adelante a costa de los demás, violando sus derechos y contraviniendo las leyes y las normas de convivencia. Debemos actuar racionalmente privilegiando los intereses colectivos, la convivencia, la fraternidad. No hay que olvidar que mi libertad y mis derechos terminan, donde empiezan los de los demás.