Jhon Fáber Quintero Olaya
Cuanto inicié este camino semanal de letras y opinión en “EL QUINDIANO” el tiempo permitió grandes coincidencias. La primera de las columnas fue titulada “Una faceta desconocida de la valorización” y fue publicada en el mes de enero del año 2020. El tema de aquel escrito estaba conectado con la vida, obra y pensamiento del doctor CARLOS MARIO ÁLVAREZ MORALES a la luz de un proceso judicial que cambió su vida y la de todos los que tuvimos el privilegio de conocerlo. Este texto relataba el lado humano del profesor y algunos de los laberintos por los que pasó entre el 2018 y 2022; episodios complejos que nunca opacaron su convicción humana y su lucha por la justicia.
Algún escritor diría que “hasta una simple palabra sobra si es la vida misma la que está cambiando”, pero lo mismo uno puede decirse de la muerte. Un año después, el mismo mes de enero, marcó el final de la existencia del ex Alcalde de Armenia. Un año cumplía de escribir, sin parar y sin querer parar, estas líneas testificaban la partida de este plano de muchos ciudadanos, amigos y líderes por cuenta de diferentes causas, entre ellas, el Covid 19. Carlos Mario no fue la excepción a la fragilidad de la naturaleza humana.
Hegel alguna vez dijo que “el órgano en el que el alma entera aparece como alma” es el ojo porque a través de él “no sólo se ve”, sino que también es vista” y hasta el llanto se refleja a través de la vista. Hace un año muchos lloramos la pérdida de un valiente profesor que habló de inteligencia compartida y de humanidad en las aulas y a la luz de un café con una convicción similar a la que siempre tuvo en la justicia. Un año ha pasado desde su inesperada muerte y las columnas siguieron, completando 100 aventuras de palabras, opiniones y humanismo.
En este último año no tuve la oportunidad de escuchar o leer los comentarios de Carlos Mario a cada escrito, pero quedaron los aprendizajes del ser humano de familia y responsable, del padre y del hijo ejemplar. Él creía como Jacques Chevallier que “el derecho aparece como la última garantía para restablecer la confianza perdida e indispensable para el juego social”, por lo que fue su apuesta durante el último tiempo. Las consultas y los análisis alrededor de cada circunstancia procesal eran tan rigurosas como sus lecturas de filosofía y su capacidad para transmitir los mensajes demostraban que los genios son quienes hacen sencillo algo realmente complejo.
Cien columnas se han escrito en estos años y el mes de enero retrata los contrastes de la vida y la muerte y los colores que median entre estos dos extremos temporales. El autor paisa Héctor Abad Faciolince que “todos estamos condenados al polvo y al olvido”, pero esta categórica premisa se encuentra supedita a lo que queda en la memoria colectiva. No recordar a Carlos Mario sería imposible en una sociedad que fugazmente tuvo la oportunidad de escucharlo en función del civismo, el humanismo y la protección del medio ambiente en la capital quindiana.
Algunos lo conocieron por su padre, quien era su modelo a seguir y partió repentinamente de este mundo. En diferentes ocasiones lo escuché aseverar que su progenitor era su modelo a seguir y gracias a él no desfallecía en el noble propósito de demostrar que nunca hizo nada malo, que tenía las manos limpias y la conciencia totalmente tranquila. Saramago adujo que “tanto nos cuesta la idea que tenemos de morir que siempre buscamos disculpas para los muertos” y la mejor forma de no olvidar a ese gran ser humano es aprovechar la coincidencia de este mes de enero para seguir venciendo con su nombre la página en blanco. Cien Columnas se han escrito en estos dos años y todas ellas están encaminadas a lograr un mejor futuro, a tener mayor conciencia de lo valiosa que es la humanidad y a lograr una consolidación del derecho como la principal herramienta de convivencia social.
Toda esta teleología encontró un maestro en Carlos Mario Álvarez Morales y, por ello, espero que vengan cien momentos más de humanidad.
