Guillermo Salazar Jiménez
” En memoria de mi madre Josefina”
Tantos eneros, en más de 94 años compartidos con nosotros hasta el día 10 que inició el camino hacia el infinito para reencontrarse con mi padre, ahora su alegría con la cual vivió me acompañará. Aquel espacio de tiempo en infatigables meses de años resumidos en solo cuatro palabras: Vivió para sus hijos. No encontré otra razón más cierta y clara para definir el principal objetivo de su existencia. Así entiendo la manera con la cual idealizó la vida y para qué ofrendó su existencia.
Durante los 1.134 meses de vida vivió deslumbrantes cambios sociales y políticos, económicos y educativos; apreció el impacto de las transformaciones tecnológicas, pero siempre me sintió a su lado, sin importar aquellas mutaciones o los problemas que resintieron a la familia. Fue de tal tamaño su entereza por tenerme a su lado que aprendí a abrazar y besar en la distancia. De su ternura también aprendí a valorar el afecto con el cual mantengo la relación entre hermanos, con nietos y bisnietos; así de tierna deberá continuar nuestra relación futura. Además, los abrazos y los besos son el antídoto perfecto contra la nostalgia. Por su inteligencia para enseñarme a vivir decentemente y por su alegría para dibujarme el futuro no dejaré que la nostalgia anide en la casa, menos en mi corazón. Su vida tuvo significado si soy capaz de derrotar sus hermanas: la tristeza y la soledad.
Con Jorge Luís Borges digo: “Qué no daría yo por la dicha/de estar a tu lado en casa/bajo el gran día inmóvil/y de compartir el ahora/como se comparte la música/ o el sabor de la fruta…” Sin embargo, estuve en su lecho tomado de aquellas delicadas manos para compartir mi agradecimiento por saberla mi maestra de la lectura. Aquella tenue sonrisa cuando le agradecí los momentos inolvidables de sus lecturas de cuentos infantiles, a la hora de mamá, se convirtió en la despedida definitiva. Al salir del hospital supe que fue el último momento que compartimos, instante innegable y fatal.
“A todos los quiero igual”, su respuesta de siempre para hijos, familia y personal médico la recordé cuando los otros siete hijos entraron a despedirse. Creo que lo hacía para responderle a la vida, a la bondad con la cual afirmó sus mandamientos para hacer florecer la familia. Esta manera tan suya de equivocar sus cuentas por el amor a sus hijos resulta fácil de comprender en el contexto particular de nuestros corazones. Siento que a cada uno de nosotros nos amaba a su manera, de acuerdo con nuestros atributos y defectos. Capaz de unirnos a partir de nuestras diferencias fue su mayor legado.
Camino del hospital a casa añoré aquellos felices momentos de sus lecturas, entonces concluí que su vida transcurrió como un cuento que sus hijos leímos y aprendimos cada que sorteábamos problemas o reíamos Sus últimos minutos de vida sucedieron como un cuento corto, un definitivo momento donde la protagonista nos estimulaba a seguir construyendo la historia familiar.