Armando Rodríguez Jaramillo
En 2023 elegiremos gobernadores y alcaldes por los siguientes cuatro años, períodos muy cortos para hacer transformaciones de fondo y demasiado largos para padecer un mal gobierno. Como estamos en una democracia, que será imperfecta, pero es democracia al final de cuentas, a los ciudadanos nos asiste el derecho y el deber de participar y optar por la mejor opción entre los candidatos con el propósito de elegir siempre mejores gobernantes por buenos que hayan sido los anteriores, pues la idea consiste en avanzar hacia nuevos estadios de desarrollo.
Sin embargo, cuando se acercan épocas electorales tengo la sensación de que estamos ante un déjà vu, expresión francesa acuñada por el investigador Émile Boirac (1851-1917) en su libro El futuro de las ciencias psíquicas y que significa «ya visto», por lo que se le usa para describir el fenómeno aquel de tener la sensación de que un evento o situación que experimentamos en la actualidad ya lo hemos vivido en el pasado.
De ahí que considere que la política nuestra es como un déjà vu que se manifiesta cada que asistimos a la renuncia de funcionarios públicos un año antes de elecciones para no inhabilitarse, a los cambios de partidos o de movimientos políticos para buscar acomodo en nuevas coaliciones, a la eclosión de contratos con recursos públicos que engrosan las nóminas paralelas y comprometen el voto de contratistas, familiares y amigos, a los financiadores de campañas que ponen cuantiosos recursos que les serán reembolsados mediante la adjudicación de contratos de obra o de suministro, a la compra de líderes comunitarios que a su vez compran votos en los barrios, a la trashumancia electoral, al apoyo de candidaturas desde gobiernos en ejercicio y a tantas otras prácticas a la vista de todos sin recato alguno y en medio de una enorme impunidad.
Pero también parece existir otro déjà vu cuando escuchamos que todos los candidatos que están en contra de la corrupción y que harán gobiernos transparentes, de manos limpias; al tiempo que enfilan baterías para desacreditar a otros candidatos mientras discursean sobre el espacio público, aseo, contaminación, recuperación de vías, pobreza, salud, educación, empleo, inseguridad y muchas otras cosas que no son más que comunes denominadores y que demandan poca elaboración. Esto por lo general lo completan con un listado de obras sempiternas que prometen terminar para transformar el departamento o municipio al final de su mandato.
Entonces se me viene a la cabeza el libro La política nostra (nostra es nuestro en italiano) donde Evelio Henao Ospina narra su experiencia como candidato a la alcaldía de Armenia en 2004. No obstante, recién algunos autores hablan del vu jàdé (que es déjà vu al revés) como la sensación de vivir algo nuevo. Es observar lo presente como algo extraordinario y diferente, es como olvidar esas experiencias fallidas del pasado que producen presentes no deseados y futuros inciertos que perturban, es volver a valorar lo que se hace y lo que se puede emprender.
En definitiva, si el déjà vu nos lleva a tener la sensación de vivir algo que ya nos pasó, el vu jàdé se refiere a la sensación de vivir algo nuevo, efecto que debería ser alma y razón de la política. Pero esto requiere de ciudadanos y políticos con cierto estado de madurez cívica que aún no logramos, pero que podríamos tener de concebir la política como un servicio fundado en el interés público.
Así que por ingenuo que parezca, cada cuatro años guardo la esperanza de que vamos a vivir un vu jàdé para dejar de sentir la sensación de ese eterno déjà vu en el que se convirtió la política nostra.
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