Aquel vuelo de un helicóptero sobre el cielo de Roma

4 febrero 2023 2:14 pm

Compartir:

Agostino Abate

 

El 28 de febrero de 2013 a las ocho precisas de la noche, dos guardias suizos cerraron desde el interior el portón de la villa pontificia de Castel Gandolfo. En ese momento se concluía oficialmente el pontificado del papa Ratzinger.

Desde el helipuerto de los jardines del Vaticano hasta la residencia estiva de los Papas el helicóptero voló sobre Roma en una espléndida tarde de sol, dejando a través de las tomas televisivas unas de las imagines más sugestivas de un pontificado. Un adiós a Roma sereno y dramático al mismo tiempo. En Castel Gandolfo aquella tarde concluyó después de casi 8 años un pontificado de extraordinario relieve en la historia de la Iglesia moderna, también a la luz de su inesperada finalización.

Acostumbrada a vivir de historia, la Ciudad Eterna se impuso con una perfecta escenografía para un cambio de época. Un helicóptero con a bordo el Papa Benedicto dirigiéndose a Castel Gandolfo mirando hacia abajo la historia viva de la ciudad de Roma; la edad imperial, con el Foro, el Coliseo, el esplendor del Renacimiento con las columnas del Bernini que abrazan la Plaza San Pedro, el azul del río Tíber que separa la ciudad de Roma del estado Ciudad del Vaticano y que serpentea de extremo a extremo la urbe.

Más adelante un cambio de escena, los barrios de la gran periferia, masas de cemento y luego la campiña romana. Un viaje cargado de emociones que en el último tramo se presentaba particularmente encantador por los reflejos irisados de un espléndido ocaso.

Ese vuelo es una mirada veloz y poco profunda porque, más que toda otra ciudad en el mundo, Roma en su paisaje cautivador encierra como un libro abierto también los sucesos, muchas veces oscuros, de sus acontecimientos históricos.

Aquel viaje en helicóptero, atravesando el corazón de su historia, abría una nueva historia. El mismo vuelo representaba, de manera completamente inédita, una ruptura, un nunca antes que ahora.

Esas secuencias desde la salida del helipuerto, al recorrido sobre Roma hasta el aterrizaje en Castel Gandolfo, hacían recordar las historias de las mejores películas que se han rodado en Roma cuna de grandes directores como Federico Fellini que inmortalizó la ciudad post-bélica en su extraordinaria obra del séptimo arte, “La dolce vita”.

Cuando en 1960 se estrenaba La dolce vita la imagen de un Cristo suspendido desde un helicóptero sobre la silueta de Roma anunciaba un nuevo tiempo para el cine, una modernidad rabiosa que no descansaba ante nada, que no dejaba en pie la narrativa ni las tradiciones y que sentaba las bases de un nuevo lenguaje inspirado en sueños y deseos y en atrevimientos estéticos

¿Quién hubiera imaginado así el fin de un papado? Pensar al papa Benedicto a bordo de un helicóptero y asumiendo los cambios que ese viaje comportaba comenzando desde la comunicación. Él, el sublime teólogo, bajo el fuego de tantas críticas recibida por ser poco comunicador no obstante su reconocida maestría de la palabra. Él, el gran intelectual, reacio frente a los micrófonos y frente a las masas, pero completamente a su gusto en las aulas académicas.

Uno de los hándicaps que siempre tuvo que enfrentar en relación con su antecesor Juan Pablo II fue precisamente la manera de comunicar. La comparación entre los dos en este campo hacía notar las diferencias. Pero ahora ese vuelo rescataba una injusta crítica porque se manifestaba directamente como un signo distintivo de comunicación en la modernidad. Se plasmaba bajo los ojos de una multitud que tenía la mirada hacia el helicóptero en el cielo de Roma y de otra multitud que se encontraba frente a las pantallas de la televisión o frente a los dispositivos del nuevo mundo digital.

Hacía entrever el paso de un tiempo, una Iglesia antes y después, que desde el Concilio Vaticano II había gradualmente cambiado estilo con la elección de Juan Pablo II. Paso decisivo hacia un mundo nuevo. Llevar en el ámbito de la comunicación la grande historia de un gesto de coraje. El de saber retirarse a tiempo y no amarrarse a un puesto. Aquel vuelo no puede ser únicamente considerado como un símbolo, aunque muy sugestivo y de enorme impacto mediático.

Como concreto era el medio de transporte, igualmente concreto era el punto de partida para un nuevo curso de comunicación en la Iglesia. También la comunicación desde aquel momento tomó, se puede decir, el vuelo hacia nuevas expresiones.

 

 

 

El Quindiano le recomienda