Que el ciudadano promedio no sepa evaluar la calidad de los medios de comunicación es muy grave, pero que tampoco sepan evaluarla los intelectuales ya es la tapa. Su juicio se reduce a esta burda simplificación: “i) Todos los grandes medios son malos y ii) son igual de malos”. Es un juicio pésimo porque ignora los matices que diferencian a los propietarios de los medios, los clanes familiares que los han dirigido y los periodistas que los componen.
Si consideramos estas variables, el ranquin de los medios queda así: en primer lugar está la llave Sarmiento-Santos (El Tiempo, Bocas, Portafolio, City TV); en segundo lugar, Santo Domingo-Cano (El Espectador y Caracol Televisión); en el tercero, Ardila Lülle-Gurisatti (RCN Radio y RCN Televisión), y en el cuarto, Gilinski-Dávila (Semana y El País).
El diario El Tiempo ha tenido en contra los conflictos de intereses generados por los mil negocios de Luis Carlos Sarmiento (mal común a todos los medios que están en manos de cacaos), por los ochos años de la vicepresidencia de Francisco Santos y por los ocho años de la presidencia de Juan Manuel Santos. Con todo, sigue siendo un gran diario porque han jugado a su favor un fuerte músculo financiero, la experiencia periodística del clan Santos, luego la del Grupo Prisa y ahora la experiencia y el pulso del mismo Sarmiento, un señor que entiende perfectamente la importancia del equilibrio en la información. Nota: digo que el señor consiente el equilibrio, no que sea un alma de Dios.
Los cacaos de El Espectador, los Santo Domingo, han sido cercanos al arte y la cultura, y el director del diario, Fidel Cano, ha manejado los contenidos con independencia siempre. El Tiempo sigue siendo el primer diario del país por su músculo financiero y su gran tradición informativa. El Espectador lo aventaja en opinión, liberalidad, independencia y sensibilidad social. Nota: cuando los Santo Domingo resultaron implicados en un escándalo de paraísos fiscales, El Espectador fue el primero en publicar la noticia.
En política, la derecha es una opción válida y exitosa, pero la extrema derecha es fatal y los Ardila Lülle pertenecen a esta funesta facción. Es por esto que RCN Televisión ha sido un desastre siempre, desde que Claudia Gurisatti babeaba entrevistando al prócer Carlos Castaño hasta nuestros días. En cambio RCN Radio es buenísima porque ha contado con periodistas de la talla de Juan Gossaín, María Elvira Samper y Yolanda Ruiz. ¿Por qué soportaron los Ardila Lülle a estos extraordinarios periodistas? Lo ignoro.
Esta diferencia de calidad entre dos medios del mismo cacao es una prueba de las sutilezas que entraña la evaluación de los medios.
En último lugar está la llave Gilinski-Dávila. A diferencia de los otros cacaos, los Gilinski no tienen ninguna experiencia en medios. Para rematar, Gabriel Gilinski es un admirador rendido de Trump, Bolsonaro y Rupert Murdoch, dueño de Fox News y rey de los tabloides amarillistas del mundo. Es tan nocivo don Gabriel que convirtió la mejor revista política de Latinoamérica en ese lamentable pasquín que dirige la periodista, llamémosla así, Vicky Dávila.
La gran mayoría de los intelectuales que conozco no ven noticieros de televisión ni escuchan radio ni leen periódicos, pero les encanta pontificar sobre la calidad de los medios. Su mantra preferido es un silogismo religioso: “i) Los cacaos son malos, ii) los grandes medios pertenecen a los cacaos, iii) luego los grandes medios son malos”. Les sugiero dedicarle tiempo al asunto, pagar una suscripción digital (el periodismo es vital y costoso) y comprar siquiera una vez por semana ediciones en papel: hay detalles, por ejemplo el despliegue que se le da a una noticia, que solo pueden apreciarse con claridad en la edición impresa.