Los años de elecciones regionales representan oportunidades de cambio que deberíamos aprovechar, razón por la cual convendría avanzar en procesos de diálogo y creación de confianza que nos lleven a decidir estrategias de desarrollo local sin distraernos en discusiones de mecánica electoral que sólo banalizan el ejercicio de la política.
Así las cosas, el año 2023 podría ser un nuevo momento para que el Quindío surja como un departamento renovado pues no podemos ser indiferentes cuando la brecha en términos de desarrollo se amplía en razón a que las realidades sociales y económicas se mueven más rápidamente que las realidades políticas. Así que mientras hay regiones y países que avanzan con tecnologías disruptivas como la transformación digital, el Big Data, la transición energética, la realidad virtual, el internet de las cosas y la inteligencia artificial, adelantos que hacen parte de la Cuarta Revolución Industrial y que transformaron la forma de aprender, de relacionamos y producir, y de administrar el territorio y el interés público, surge la pregunta: ¿qué estamos haciendo ante la necesidad de dar respuestas concretas para encauzar el rumbo del desarrollo? Esta es una llamada de atención que invita a reconocer que si optamos por dejar que las cosas sigan como están nos vamos a relegar aún más como grupo humano y como departamento.
De ahí que deberíamos concentrarnos en cómo salir de este atasco y en cómo disminuir las brechas de desarrollo con territorios más avanzados sin insistir en lo que ya sabemos que no funciona. De ahí que necesitamos encontrar el rumbo propicio y sostenerlo con el fin de crear bienestar, de crecer de forma inclusiva y sostenible, y de apropiar el conocimiento y la innovación. El Quindío es un territorio con grandes oportunidades de progreso. Tenemos en nuestro haber, entre otras cualidades, un enorme patrimonio natural y ambiental, una localización geoestratégica inmejorable, una infraestructura de comunicaciones apropiada, una red de ciudades dinámica, un talento humano formidable, universidades con capacidad de crear y entregar conocimiento, un empresariado emprendedor y recursivo, una sociedad con una inmensa capacidad de resiliencia y una cultura reconocida por la Unesco como patrimonio de la humanidad.
En consecuencia, hay que adoptar una agenda de cambio con objeticos concretos que le apunten a una economía inteligente, sostenible e integradora y que nos lleve a estadios de progreso y calidad de vida más elevados. Se trata de refrescar la mirada sobre el territorio y la sociedad para dotarla de nuevos liderazgos y renovadas formas de entender la política. Los desafíos que enfrentamos requieren de respuestas conjuntas entre gobiernos, dirigentes y sociedad civil. Si entendemos el momento y actuamos como parte de la solución, lograremos el futuro que deseamos.
Es evidente que los hechos de progreso económico y social que nos dio la caficultura corresponden a tiempos pretéritos, que la modificación en los usos del suelo y los procesos de conurbación cambiaron la geografía rural, que los índices de pobreza y la desigualdad aumentaron, que el deterioro ambiental y la contaminación pasaron su cuenta de cobro, que el crecimiento urbano ha sido desordenado, que la corrupción y la politiquería generó desconfianza y dejó consecuencias nefastas, que una parte de la juventud acusa cierta desesperanza, que el índice de envejecimiento va en aumento, que llegaron personas de otras partes a vivir en la región y que acusamos un pronunciado rezago tecnológico. Pero mientras el mundo se mueve con rapidez y los retos se intensifican, no quiero terminar sin citar una frase del escritor estadounidense Wayne W. Dyer (1940-2015): «El progreso y el desarrollo son imposibles si uno sigue haciendo las cosas tal como siempre las ha hecho».
Armando Rodríguez Jaramillo
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