Samaria Márquez Jaramillo
El trance opuesto consiste en tomar atajos a la hora de buscar una explicación, reside en simplificar los matices hasta formar con ellos una figura asible al entendimiento que acabe resultando falsa. Cuanto más se aleja uno de lo concreto y se envuelve en el detalle embellecedor, más se desdibujan las formas y más espacio hay para la fabulación. La facilidad de participación lo hace incluso atractivo, porque los requisitos son mínimos: cualquiera puede tumbarse a mirar las nubes y atribuirles formas conocidas, pero ahora que el paso del tiempo ha eliminado la inconveniente presencia de los testigos presenciales de la II Guerra Mundial. este riesgo cobra hoy relevancia porque existe la voluntad rusa de revivir el flagelo de una contienda de todos contra todos, donde los antiguos rencores, miedos y desconfianzas son revividos, mal disimulados, parapetándose en los hechos que se produjeron tras el envío de soldados rusos a las regiones separatistas de Donetsk y Luhanks, en el este de Ucrania y después de que Putin reconociera a ambas como Estados independientes, para anexárselos y alimentar su ansia de llegar a superar a Alejandro Magno, el gran conquistador usurpador y que empezó a demostrarlo cuando Rusia se agregó la península ucraniana de Crimea y estallaron los combates entre separatistas pro-rusos y fuerzas ucranianas en el este de ese país.
Resueltamente se busca entender los miramientos que debilitaron el fundamento sobre la que se construyó una convivencia débil y que se extendió por décadas con la vista puesta más en el poder que en la verdad y se pretende horadar el cimiento de nuestro carácter nuevomundista y en ese empeño se emplea la figura de los héroes inmolados como apología, alegoría, estampa o pergamino en una manoseadora reverencia. Si se le recuerda con mentalidad nueva, la vieja historia puede ser un gran instrumento de renovación política, pero también de estilo de vida, cultural y literario en particular. El discurso histórico y la literatura narran a los ojos de quién los lee y asimila a su manera: Adaptándolas a sus dudas y su incomprensión.
El admirado Reinaldo Arenas pensó y enunció: “El tiempo, entonces, no es algo exterior al hombre, ni mucho menos un agente condicionante. La aventura de la ficción lo sabe, penetra en lo más hondo del sentir popular y le da un tono distinto a la rigidez de la disciplina histórica. De esta manera, la literatura se convierte en espejo de múltiples reflejos”.
Los setentones de ahora, que oyeron cantar su rebeldía en las voces de Atahualpa Yupanqui, Victor Jara o Violeta Parra, saben que aún con más intensidad que en los textos de quienes escriben los hechos que aparecen en la historia oficial, la ruda voz de Horacio Guarany y su canción Las Memorias de una vieja canción llegan más adentro.