Alberto Hernández Bayona
Es bien sabido que el nuestro es un país dichoso que sobrevive de reinado en reinado, de escándalo en escándalo y de carnaval electoral en carnaval electoral. A unos meses de los comicios en los que se elegirán gobernadores, alcaldes y otros funcionarios públicos de menor rango se empieza a alborotar de nuevo el avispero: los partidos reparten avales, los candidatos se inscriben, los contratistas hacen cuentas y financian campañas y las promesas caen sobre las cabezas de los ciudadanos como maná envenenado del cielo.
Puesto que la fiesta está a punto de empezar vale la pena que nos preguntemos por la validez de un argumento según el cual hay que votar por fulano porque es un buen gerente. Esa afirmación se ha vuelto muy popular y la repiten hasta el cansancio los candidatos, sus publicistas y sus seguidores.
La fiesta empieza a enredarse cuando uno pregunta: ¿Bueno, y qué es un buen gerente?
Gerente, nos diría cualquier profesor de administración de empresas, es la persona que coordina y supervisa el trabajo de otras de tal forma que cumplan con los objetivos de la organización. En este caso particular, tratándose de candidatos a un cargo público, uno podría interpretar la organización como el clan al que pertenece, al partido político que lo respalda o, como lo afirman todos los políticos, a la sociedad en su conjunto.
Ahora bien, un buen gerente es la persona que hace bien su trabajo; es decir, lo hace de manera tal que logra los objetivos utilizando el mínimo de recursos: tiempo, dinero, insumos, gente, etc.
En este sentido Heinrich Himmler fue un gerente estrella.
En 1933 fue nombrado por Adolfo Hitler para que gerenciara de manera centralizada su política de exterminio, para lo cual le trazó tres objetivos fundamentales:
. Encarcelar y desaparecer a las personas que el régimen nazi percibía como amenaza a la seguridad: judíos, bolcheviques, gitanos, intelectuales, etc.
. Eliminar a las personas y a grupos pequeños por medio de homicidios, alejados del escrutinio público “al amparo de la noche y de la niebla.”
. Explotar mediante trabajos forzados a la población de prisioneros.
Heinrich Himmler era conocido por sus buenas capacidades organizativas y por seleccionar subordinados altamente competentes, tales como su “subgerente” Theodor Eicke. El resto es historia: optimizando el uso de recursos, como las escabrosas cámaras de gas, eliminó 6 millones de judíos, entre 200 mil y 500 mil gitanos y de 11 a 14 millones de civiles de diversas nacionalidades incluidos miles de alemanes. Y explotó hasta la muerte por cansancio y desnutrición a millones de prisioneros. Todo esto sin mayores costos económicos para el Führer.
Con el ejemplo anterior se afirma, en primer lugar, que no basta con que un político se nos presente como un buen gerente; en segundo lugar, que un gerente, en estricto sentido, es un subalterno que cumple con un objetivo.
¿Y quién traza ese objetivo?
Si se lo preguntamos a cualquier gerente nos dirá que lo traza el dueño de la empresa o su junta directiva; si le hacemos la misma pregunta al candidato nos responderá que el objetivo lo define el pueblo o la sociedad en su conjunto… Por algo son políticos.
Pero pueblo o sociedad, en este contexto, son términos completamente gaseosos y acomodaticios para referirnos al todo como si estas categorías definieran a un conglomerado homogéneo como lo son los ladrillos de una pared. Todos sabemos que la realidad es otra. El pueblo o la sociedad está conformada por grupos con diversos intereses, algunos conciliables y otros antagónicos. Y los políticos, quiérase o no, representan los intereses de unos u otros grupos.
Tomemos como ejemplo el proyecto de reforma a la salud que hoy se discute. Los políticos, sin excepción, hablan de construir el mejor sistema de salud para todos los colombianos. Pero detrás de ese propósito tan loable están los intereses no siempre conciliables de numerosos agentes: la industria farmacéutica, las EPS, los hospitales, los gremios de los trabajadores de la salud y los pacientes, entre otros. De suerte que cada grupo tiene algo que decir para defender sus intereses particulares. Algunos utilizarán la deliberación democrática; otros harán uso de las calles para que se escuchen sus demandas; habrá quienes, utilizando el poder de sus chequeras, apelarán al soborno y el chantaje. Esta última práctica no ocurre solamente en Colombia. Bien conocidas son las maniobras de la Asociación Nacional del Rifle en el senado de los Estados Unidos o el lobby de la industria farmacéutica en ese mismo país.
Por tanto, los méritos de un candidato no pueden centrarse en la discusión sobre si el candidato es o no un buen gerente. Esa es una condición necesaria pero no suficiente. Hay que indagar a qué clan, empresa político-familiar o partido político pertenece, quiénes están detrás del aspirante, quiénes lo financian, qué propuestas concretas tiene, a quiénes (objetivamente) beneficia y cuál es el historial del individuo como político y, no sobra decirlo, como ser humano.
Es claro que llevar a cabo el ejercicio propuesto, u otros similares, no va a erradicar la corrupción, el clientelismo, la politiquería o el caudillismo; esos son males estructurales que se resuelven por otras vías. Pero, por lo menos, estaremos poniéndole cortapisas a aquellos candidatos que, sin mayores argumentos, quieren montarse en el potro asegurando que son muy buenos jinetes, pero que guardan silencio cuando les preguntamos para cuál establo se llevarán al animal.