Armando Rodríguez Jaramillo
El poema Todo nos llega tarde de Julio Flórez Roa (1867 – 1923) inicia: «Todos nos llega tarde… ¡Hasta la muerte!», y más adelante dice: «Todo puede llegar: pero se advierte que todo llega tarde». Estos fragmentos sin duda que son apropiados para referirnos a aquellas regiones a las que todo les llega tarde porque están a la zaga del desarrollo.
Hace una década que los países avanzados están inmersos en la Cuarta Revolución Industrial o Industria 4.0, término que tuvo su origen en un proyecto estratégico de alta tecnología presentado en la Feria de Hannover 2011 (Alemania). Un lustro después, el concepto fue acuñado por Klaus Schwab cuando en el Foro Económico Mundial de 2016 habló de realidades que superaban la tercera revolución industrial o revolución digital en vigor desde mediados del siglo XX, se refería a la robótica, inteligencia artificial, nanotecnología, cadena de bloques, computación cuántica, biotecnología, internet de las cosas, impresión 3D y vehículos autónomos entre otros adelantos y convergentes.
Durante la tercera revolución industrial EE. UU. avanzó en la industria aeroespacial, perfeccionó cohetes y satélites, fue a la Luna, impulsó la computación, creó la internet y promovió otros adelantos que le permitió surfear en una ola de desarrollos tecnológicos que jamás la humanidad había visto. Ahora se habla de la inteligencia artificial o IA, tecnología emergente que marca un punto de inflexión o irrupción con el poder de reescribir el futuro por su gran capacidad transformadora. Lo que estamos presenciando, difícil de entender y asimilar, es comparable con lo que sucedió cuando a inicios del siglo pasado el automóvil cambió la manera de vivir o con lo que pasó con la invención del PC y la internet que modificaron la forma de producir y relacionarnos o lo que trajo la llegada de los teléfonos celulares, en especial cuando irrumpieron los celulares inteligentes (smartphone), haciendo omnipresente la comunicación digital y trayendo consigo la adicción a las aplicaciones móviles.
De ahí que la IA o ChatGPT esté a nivel de las tecnologías mencionadas con el potencial de causar disrupciones inimaginables pues por primera vez estamos ante sistemas digitales que tienen la capacidad de generar razonamientos estructurados. Así que estos adelantos deberían hacernos reflexionar sobre el futuro de un departamento como el Quindío que prácticamente se halla al margen de las tendencias en ciencia y tecnología. En el mundo hay dos tipos de países y regiones. Los que están cerca de la frontera tecnológica y del conocimiento y los que se hallan lejos de esta frontera. Los primeros son los punteros, los líderes, son países innovadores. Los segundos son los rezagados. Igual apreciación se tiene para las empresas, unas compiten cerca de la frontera tecnológica y otras lejos de este límite marcado por la CT+i.
Ante esta realidad debemos preguntarnos si queremos ser simples espectadores de los países y empresas punteras que van a velocidad hipersónica mientras nosotros transitamos a lomo de mula o en cambio aspiramos a trazar una estrategia de aproximación. Decidirnos por lo primero sería una estupidez imperdonable, pues no sólo seguiríamos marginados, sino que condenaríamos a los jóvenes y a las próximas generaciones de quindianos a vivir en una región atrasada o tener que emigrar en busca de futuro. Apuntarle a lo segundo sería emprender un muy difícil y largo camino hacia una sociedad y una economía del conocimiento con mayores niveles de bienestar, sería empezar a disminuir la brecha que nos separa de los países punteros.
Nunca es tarde para empezar, aunque empecemos tarde. Cada cuatro años, por aquello de la elección de gobiernos locales, se abre una ventanita para enderezar el rumbo del progreso. Pero para aprovecharla hay que escoger entre seguir haciendo las mismas cosas que hemos hecho que no son portadoras de futuro o atrevernos con ambición y osadía a imaginar otros mundos. Hay que definir si continuamos enfocando el desarrollo en la construcción de infraestructura física como vías, aeropuerto, teleférico y cosas parecidas o ampliamos el concepto para incluir proyectos que nos den las condiciones habilitantes para aproximarnos a los países de la frontera tecnológica con cosas como: mejoramiento de la educación en todos los niveles, formación avanzada del talento humano, difusión de la cultura y las humanidades, centros de investigación y desarrollo y de transferencia tecnológica, intercambios de conocimientos y talento humano con regiones avanzadas, consolidación de iniciativas clúster en cadenas de valor estratégicas, adaptación de las instituciones para pasar de una economía agraria a una industrial y de servicios basada en la innovación y tecnología y adopción de políticas públicas de competitividad y productividad.
Deberíamos comprometernos con una visión colectiva y una meta alcanzable que nos conduzca a nuevos estadios de progreso. Seria dejar de abordar los problemas cuando surgen y de plantear soluciones para las dificultades del momento y pasar a proponer una economía y un nivel de desarrollo basados en resultados. Es hora de repensar al Quindío con sus doce municipios. Es tiempo de hacer un alto y cambiar. De imaginarnos misiones inspiradoras, audaces, ambiciosas e incluyentes para dejar de ser un departamento ingenuo que siga creyendo que como venimos haciendo las cosas vamos a salir adelante.
Espero que los próximos alcaldes y gobernador se atrevan a tener un pensamiento catedralicio o de pensadores de catedrales, concepto usado por la activista Greta Thunberg ante el Parlamento Europeo en 2019 luego del incendio de Notre Dame en París para referirse a que los arquitectos y maestros de construcción de catedrales en la época medieval comenzaban sus obras trascendentales sin preguntar cuánto costarían o cuánto tiempo tomarían a sabiendas que no las verían terminadas en el transcurso de sus vidas. Así que es de estupidez supina seguir pensando que con la forma que tenemos de entender el desarrollo vamos a salir adelante, es necesario adoptar pensamientos catedralicios de mediano y largo plazo motivados por el propósito de construir un mejor futuro que el presente que tenemos.
Armando Rodríguez Jaramillo
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