James Padilla Mottoa
Sigo pensando que el tal VAR ha sido un invento que nos cayó para desnaturalizar el fútbol. Claro, ese fútbol nuestro en estado puro, con los errores permanentes de los árbitros y las injusticias subsecuentes que le daban a la competencia ese tinte de emoción para unos y rabia intensa para los otros.
Inicialmente se dijo que era la panacea para todos los inconvenientes que venían pegados a este deporte en la competición más importante, o sea, al más alto nivel. El enunciado era convincente pero la aplicación ha resultado todo lo contrario: se ha matado la esencia del deporte; los goles ya no se cantan ni se celebran inmediatamente porque el famosísimo VAR tiene que revisar una serie de situaciones para convalidar o no las anotaciones. Minutos interminables mientras los encargados tiran líneas y miran y remiran otro tipo de jugadas que han podido incidir de manera ilegal en las conquistas. Entre tanto, el aficionado de tribuna o aquel que mira en la distancia por televisión, deben guardar la euforia o la tristeza, con el alma en vilo, para festejar o maldecir.
No sé si habrá alguien que pueda considerar esto como algo normal o que le entregue un elemento adicional y positivo a una disciplina deportiva que siempre tuvo como elemento constitutivo el error humano, bien de los jugadores o de los árbitros.
La justicia es palabra que argumenta la adopción sin reversa de este invento que ha revolucionado el fútbol. Dicho así, hasta puede tener una razón de ser. Sin embargo, no es una o varias máquinas las que van a determinar si hay validez o no en la acción; son hombres, por lo regular también árbitros o recién fracasados en la labor del pito, los que van a tomar determinaciones trascendentes en el desarrollo del juego. En consecuencia, fácilmente puede pasar que en el partido ya no se va a depender del error de una persona sino llegar a un error colectivo que involucra a los señores que están a cargo del VAR.
Son muchos los reparos para la innovación que ha cambiado por completo las formas de nuestra disciplina deportiva favorita. Si antes hablábamos de la falta de unificación de criterios para la aplicación de las leyes del juego por parte de los árbitros, ahora tenemos que lamentarnos de la falta de unificación de criterios en todas esas personas que encargan para comandar el VAR en todo el planeta del fútbol. No actúan lo mismo, con idéntico rasero, los que hacen el VAR en Sudamérica y los que cumplen esa delicada misión en Europa, en Asia, África u Oceanía. Entonces, de pronto nos vemos apreciando un deporte que cambia su naturaleza de acuerdo al sitio donde se juegue o a la formación que se da a los que deben aportar desde la ayuda tecnológica la pretendida justicia para el fútbol.
Por todo lo anterior me reitero como enemigo del VAR. Siento pena de mis amigos narradores de radio y televisión cantando goles con retardo de varios minutos o borrando otros que anula el implemento que está arriba, después de tirar líneas o revisar una y otra vez cada jugada para encontrar un ligero roce, una mano escondida o cualquier cosa que sirva para invalidar una anotación.
Finalmente, no me gusta que sean árbitros en ejercicio quienes sean designados para el VAR en Colombia: un malentendido colegaje puede llevar a decisiones equivocadas que determinan al final la negación que al comienzo ha sido la justificación del esperpento que hoy nos ocupa, o sea, la justicia en el trámite del juego.