James Padilla Mottoa
Dos acontecimientos de la actualidad están reafirmando la dañina injerencia de los asuntos políticos en el desarrollo de diferentes certámenes deportivos de resonancia mundial. Y no es que uno pretenda renegar de la política en su real expresión, sino que asusta y atropella de manera repudiable esa política que se asume como la actitud de grupos terroristas, aupados por gobiernos que rechazan circunstancias diversas entre las cuales destaca la persecución por asuntos étnicos o religiosos.
Primero fue el tenis del Circuito Mundial, afectado por la guerra entre Rusia y Ucrania. El mítico torneo de Wimbledon en Inglaterra, en su más reciente versión, sufrió la ausencia obligada de los tenistas rusos y bielorrusos, vetados por determinación del gobierno inglés, en claro respaldo a Ucrania, país afectado por la invasión rusa. Esa decisión no sólo privó al desarrollo del torneo de la presencia de dos extraordinarios deportistas, metidos en el apreciado grupo de los diez primeros del ránking mundial como son Danil Medbedev y Andrei Rublev, sino también la ausencia de los puntos ATP, como respuesta de la máxima jerarca del tenis mundial que perjudicó así la carrera de otros hombres consagrados como el entonces número uno Novak Djokovic, a la postre ganador del torneo. Como no hubo puntos, el serbio perdió el top de la clasificación mundial.
Grave la situación creada por asuntos netamente políticos donde nada tienen que ver los deportistas afectados y el deporte como tal.
Ahora la cosa ha sido más delicada, si ello es posible, con la determinación de la FIFA de retirarle la sede del Torneo Mundial Sub 20 a Indonesia, certamen que debía realizarse en el próximo mes de junio. Algunos que no conocen claramente las causas de esa decisión, podrán preguntarse el por qué. Simplemente Indonesia es un país políticamente pro Palestina, o sea, que repudia al estado israelí, cuya selección de fútbol se clasificó para participar en ese Campeonato Mundial Sub 20. A raíz de este hecho las cosas fueron tan mal que se llegó hasta el extremo de exigirle a la FIFA el desconocimiento de la clasificación de Israel para no permitirle la presencia en territorio indonesio. Ante este despropósito lógicamente se imponía la determinación de la jerarca mundial del fútbol de retirarle esa sede a Indonesia.
Sectores políticos extremos se han salido con la suya y se le ha creado una gran afectación a todos los deportistas que venían ajustando su preparación para este torneo en las fechas previstas. En el momento de escribir esta columna, aún no se conocía ni nueva sede ni variación en las fechas de realización de este torneo.
Colombia, cuyo seleccionado está clasificado para este mundial y el árbitro quindiano John Alexander Ospina, designado para el mismo, de alguna manera también resultan seriamente afectados por la intromisión, una vez más, de estos movimientos políticos. Ni para qué recordar las jornadas de terror y muerte de los Juegos Olímpicos de Munich en 1972, donde fedayines palestinos atacaron la delegación de Israel, secuestrando primero y luego matando a varios de esos deportistas.
Se desdibuja por completo la imagen del deporte con estos sucesos terribles. Uno piensa que el deporte es uno de esos últimos lugares que quedan en el mundo para vivir y disfrutar en paz una competencia sana. Lamentablemente ya nos damos cuenta que no es así y que la sociedad está gravemente enferma, aquí y en todas partes.