Manos para acariciar

1 abril 2023 2:24 pm

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Agostino Abate

 

La psicología ofrece el instrumento de la psicoterapia para librar al individuo del sentimiento de culpa y de sus huellas, afirmando que nada debe hacer sentir a alguien culpable.

La religión que presenta la culpa según su concepción del mal, pide el arrepentimiento, la conversión o la confesión como sanación de la culpa. La psicología pide ayuda al hombre, la religión pide ayuda a Dios.

Es posible que el sentimiento de culpa sea un mecanismo original impreso en nuestra biología como un medio esencial para guiar el comportamiento. Sin embargo, aunque fuera una categoría de la mente, no significa por eso que también estén impresos en la mente los comportamientos buenos o equivocados. Fue la sociedad que a lo largo de la historia puso las bases de lo permitido y de lo no permitido, de lo bueno o de lo malo. Miramos, por ejemplo, el conocido mandamiento bíblico “no matar”. Eso se entiende en ningún momento, por ningún motivo o razón, pero a veces para la sociedad el matar produce héroes. De hecho, en la guerra se convierte en un comportamiento de excelencia.

Los “hechos” que activan el sentimiento de culpa también cambian. Hoy en día, por ejemplo, el robar ya no produce sentimientos de culpa, sino que se le percibe como una estrategia vencedora. Hechos nuevos e importantes que generan sentimientos de culpa, son, por ejemplo, no haber respetado la dieta y haber aumentado de peso.

Este momento histórico se caracteriza por un sentimiento de culpa “vacío” en lo que tiene que ver la relación con el otro y la propia dimensión psicológica y espiritual. Somos como barcos sin timón e instrumento de control en las grandes tempestades, y le prestamos más atención a la carrocería y a la exterioridad.

Pocos se sienten culpable por no ocuparse de un niño golpeado, como si no le interesara. Pocos se preocupan por ayudar a una mujer que está por ser violada, porque es algo que no entra en el sentimiento de culpa ya que el hombre contemporáneo está centrado en el Yo. Vivimos en una sociedad llena de Yo e incapaz de usar el nosotros, un pronombre actualmente sin significado.

En este clima impera la ética de la circunstancia, por la cual no existe nada prohibido siempre, o considerado como un deber, sino que todo es posible dependiendo del cuándo o del cómo. Los demás, el prójimo, son solamente ocasiones, decoraciones que no imponen deberes algunos.

Una sociedad que no sea capaz o tenga miedo de proponer imperativos, está destinada a abandonar a sus propios hijos, porque una cosa es dejar la libertar de experimentar y de formarse una visión del mundo, otra cosa es dejar de hacer mediante un permisivismo de desempeño, porque no hay duda que sea menos fatigoso abandonar que educar.

La educación, a todo nivel, supone una relación y un enlace afectivo diferenciado según el ambiente donde se desarrolle: familia, escuela, asociación, club…

Una sociedad que tenga miedo a poner límites, no tiene sentido de responsabilidad, le faltan principios. Los principios hay que confrontarlos: el drama de la actual sociedad tiene que ver con padres que no tienen nada que proponer y para los cuales todo va bien o mal en relación al fastidio que puede dar el uno o el otro en aquel momento o en aquel estado de ánimo.

Necesariamente debe existir un código de comportamiento para la vida civil, mandamientos para la vida social con relativo sentimiento de culpa cuando no se ponen en práctica y una penalidad que haga recordar el deber a cumplir. Sin sentimiento de culpa y sin que éste se llene de imperativos, no es posible una vida en común.

Conozco a personas que han matado y que en lo más mínimo han tenido sentimientos de culpa después de matar. Esto explica el por qué hay tantos homicidios en el Quindío. El homicidio se volvió un acto que la conciencia no educada, obnubilada o silenciada ya no cuestiona. El homicidio se volvió una acción neutra sin adjetivos calificativos, una algo normal.

Sin embargo, no todo es negativo. Conozco, y diariamente interactúo con jóvenes y adultos que le tienen miedo faltarle respeto a otro y que han entendido la norma del nunca matar, ni siquiera a los enemigos, ni siquiera con el pensamiento. Jóvenes y adultos que han entendido que la vida es un misterio para ser vivido con interés y alegría, aun si a veces parece tener poco de humano.

Conozco a jóvenes y adultos que nunca han pensado que la palabra matar pueda ser pronunciada. Jóvenes que van al estadio cuidando no hacerle daño a nadie, que no ceden a la violencia, que manejando respetan las normas y los peatones y que, a menudo, le piden ayuda a alguien para estar más calmados y más tolerantes. Lo piden a personas en las cuales confían o al Dios en que creen.

Son miles de jóvenes y adultos que no son noticia y que todavía nos hacen esperar en un mundo que le permita al hombre usar las manos para acariciar en lugar que ahogar o matar.

 

 

 

 

 

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