Por Manuel Tiberio Bermúdez
Los investigadores han llegado a una conclusión irrebatible: la Internet causa adicción. Es decir, que la tecnología más avanzada del Siglo XXI, al parecer, es la droga que más disfrutan los muchachos y los que ya no lo son tanto.
Es una realidad que nos está golpeando, de frente y en la cara, a quienes todavía confundimos un computador con un televisor con teclas. Porque la verdad es que un gran número de seres humanos que vivimos en este planeta, aún no hemos podido acercarnos a esa tecnología invasiva de los computadores que se han apoderado, primero de las oficinas, y desde hace tiempo han invadido la intimidad de los hogares.
La situación es alarmante. Cuando Usted dice que todavía no tiene computador en casa, los “compuadictos” lo miran como si fuera un bicho raro o como si tuviera una enfermedad peor que la Covid. Lo que es “normal” en estos días, es tener un aparato de esos en el hogar y hablar con palabras que suenan como si las dijera un mongol en trance agónico. Términos que jamás de los jamases uno pensó que fueran a ser de uso cotidiano, las manejan los jóvenes con un desparpajo que impresiona, y nos dejan, a los no iniciados, viendo un chispero y sin entender ni “J”.
Palabras como software, sistema operacional, Inteligencia Artificial, bots, browsers, explorer, hackers, son de uso común entre los cibernavegantes. Ellos hablan de Bill Gates, como si fuera el tendero de la esquina, y conocen sus gustos y apetencias como si todos los días charlaran con él.
Y en cuanto a lo que afirman los expertos, que el Internet produce adicción, yo si creo que los investigadores no están equivocados. No es sino ver a alguien, que es propietario de un ordenador. Mantiene con el computador prendido a toda hora y trasnocha más que celador recién colocado, porque el pobre individuo tiene la enfermedad de la “internitis”, es decir, lo dice pomposamente, es un “cibernauta” de las autopistas de la información al que no le queda tiempo para otra cosa que estar viajando en la Internet.
No pocos son los hogares en los cuales el señor casi que ha olvidado a su esposa (porque la verdad es que el vicio ataca a toda la familia), ya que le dedica la mayor parte de su tiempo a estar con el computador. Y ni qué decir del dinero que se gasta en el aparato aquel: libros, memorias, disquetes, tarjetas, módems y otros elementos, dejan a los cibernautas con sus cuentas de ahorro enflaquecidas; y cuando la mujer reclama algún dinerito para una blusa o para un vestido, el “compuadicto” argumenta estar “pelado” porque los últimos “chavos” se los gastó en la más moderna tarjeta de sonido para su computador.
Que el Internet produce adicción, ya nadie lo duda, pues es una enfermedad moderna más contagiosa que cualquier otro mal de nuestro siglo. A tanto se ha llegado, que las noticias internacionales dan cuenta que, por ejemplo, en los Estados Unidos, un adolescente sufrió convulsiones al no poder soportar abstenerse de usar su equipo para navegar en Internet, y ya se sabe también de un suicidio, alguien quien se quitó la vida cuando le cortaron el servicio de Internet por falta de pago.
Cada día, los modernos equipos electrónicos nos privan del ejercicio más bello y viejo que hemos practicado los seres humanos: la charla. Porque, quién va a hablar con un sujeto, que se encierra en un cuarto las 24 horas del día a “cacharriar” en su computador; y que no sabe, qué está ocurriendo en su entorno, porque acaba de llegar de un “viaje” virtual del Museo del Prado; o que tiene que “hablar” con otros “chicludos” de los computadores, al otro lado del planeta, sin darse cuenta de que sus amigos los tiene allí a la mano, que su mujer está que enloquece porque el “cibernauta” ya ni le habla; ni siquiera la mira.
Que me perdonen los “compuadictos” pero yo prefiero seguir charlando con personas de carne y hueso. Prefiero una charla al calor de unas copas, a estar con los ojos pendientes de una pantalla de computador, esperando la respuesta escrita de un ser humano que al otro lado del planeta se ha olvidado también de sus amigos, de su familia y de su entorno cercano, y que tiene, también, los ojos cuadrados de mirar la pantalla de su computador.
Gracias amigos de los viajes y las charlas virtuales, prefiero seguir siendo un ignorante de la tecnología, a ser un pobre y solitario cibernauta.