James Padilla Mottoa
De verdad no sé si los colombianos somos conscientes del momento que vivimos y de la manera como nosotros mismos estamos afrontando la situación, tomando como referencia lo que fue un pasado vergonzoso de violencia fratricida.
Los enfrentamientos y la beligerancia de distintos bandos han sido de una constancia y vigencia aterradoras en nuestra historia, lo sabemos desde siempre, repasando los recuentos que nos hacen grandes investigadores sobre lo que fue el marco político de este país en el siglo 19, el 20 y lo que nos muestra la Colombia contemporánea. Siempre hemos vivido a los totazos; los criollos de estirpe noble contra la indiada, independentistas contra realistas, centralistas contra federalistas, liberales contra conservadores, gaitanistas frente a turbayistas, derechas contra izquierdas y todo cuanto entrañe un conflicto interno que deja muerte y miseria por doquier.
Algunos de la cuarta edad vivimos la zozobra y el miedo de los aciagos años cincuenta de la centuria pasada cuando liberales y conservadores decidieron matarse sin saber por qué lo hacían, solo por seguir a unos y otros que siempre han sabido manipular al pueblo, basándose en la ignorancia que, aún hoy, no hemos podido superar.
Y cuando creíamos que eso era cosa del pasado y que ya existían madurez y conocimiento de las gentes para no dejarse engañar, aparece en nuestra vida nacional esto de ahora que ya deja de ser una simple polarización, para convertirse en la pequeña llama de una conflagración política que puede alcanzar dimensiones gigantescas, si no aparece el buen tino y la decisión de poner freno a este estado de cosas.
Lo peor es que cada día lo veo más difícil porque los periodistas, encargados de ilustrar con verdad absoluta, han caído en la negación de esa verdad para sumarse a la desinformación, poniéndose del lado que más les conviene, en medios que desafortunadamente cayeron en el conglomerado empresarial. Aquello de la verdad como sustento de la calidad del periodista y la credibilidad como argumento primordial para el ejercicio profesional, parecen ser tonterías de los viejos románticos del periodismo de ayer. Es como si la subsistencia y otras ambiciones estuvieran por encima de los componentes éticos del oficio. A tal punto que ya no importa ser derecho o traidor, como dice el viejo tango de Discépolo.
Y lo más grave es que los periodistas sí saben que están atizando una hoguera que puede llevarnos al desastre. En tiempo de marchas y contramarchas, de petristas y uribistas, de zurdos y derechos, los demás vamos sufriendo el calentamiento de un ambiente de mayor beligerancia cada vez, en el que se defienden intereses sectoriales y no las necesidades reales de un pueblo que cada cuatro años lleva a las urnas una constancia de su esperanza.