Hay que estar completamente seguros de lo que somos, para serlo de verdad. En el Quindío tenemos periodos en los que pareciera que esta apreciación se nos olvidara, se nos escapara. Hace 57 años, cuando se creó el Departamento del Quindío, una gran mayoría de sus habitantes creía en lo que éramos, incluso los opositores, con argumentos serios sobre el futuro desarrollo económico y social. Y lo lograron, porque sus mentes estaban convencidas de lo que era el entorno donde vivían.
Pero, durante mucho tiempo los quindianos no caímos en la cuenta de lo que somos frente a Colombia y el mundo. Con unas montañas y valles repletos de café, no dimensionamos lo que eso representaba, no solo en la finca, en los ingresos que se recibían, sino en el contexto mundial. Producíamos café porque alguien venía y nos lo compraba en la mata y de eso vivíamos. Pero jamás dimensionamos que el café era la bebida más importante del mundo, después del agua.
Esta condición del desconocimiento no nos permitió un desarrollo de la industria alrededor del café, y nos quedamos solo como cultivadores. El principio fundamental del desarrollo industrial está en el desarrollo agrícola. Este último lo tuvimos con el café, con un mercado extraordinario en todo el mundo, pero no entendimos el paso siguiente: la industrialización, la transformación, la creación de los procesos siguientes a la trilla, como la torrefacción.
Fue solo en la crisis cafetera que se inició en los años 90, con la caída del Pacto Mundial del Café, que esa circunstancia nos hizo reaccionar, nos hizo comprender y empezamos a creer en lo que teníamos y lo habíamos perdido. Y, entonces surgieron tres potencialidades: el turismo rural cafetero, el aprovechamiento del paisaje y la cultura como recursos para explotar; la torrefacción a baja escala que permitió la transformación de nuestros granos en una taza de café con alta calidad; y el descubrimiento de un paisaje extraordinario, de un clima maravilloso y de una actitud de amabilidad sin par en el país.
Sin embargo, para muchos, aún no era suficiente, y no se lo creían. Todos aquellos que visitan el Quindío se van encantados de los tres elementos, ahora aunado a un desarrollo potente de la gastronomía y de los parques temáticos. Pero nosotros, aún no nos lo creemos del todo. Hace unos cinco años la revista Semana publicó un especial sobre el Eje Cafetero y les preguntaron a 10 personajes de la vida nacional cuáles eran los lugares preferidos de esta zona, y 9 de ellos mencionaron un sitio del Quindío. Y nosotros, aún no nos lo creemos.
Llegó la hora de mirar más adentro, de dejar de envidiar lo de los demás, de reconciliarnos con nosotros mismos, con nuestro contexto, con esa taza de café, con lo cafetales que aún nos quedan, con la montaña y el paisaje, de creernos de verdad lo que somos, lo que vale este Quindío en el panorama nacional e internacional y torcerle el cuello a la pobreza, al desempleo y la inseguridad, por la vía de la producción de riqueza. Un ejemplo claro nos lo mostraron, hace 57 años, nuestros antecesores, con la creación del Departamento del Quindío.