James Padilla Mottoa
He llegado a la muy triste conclusión de que los veteranos nos estamos quedando sin nicho en esta sociedad moderna. Han cambiado tanto las cosas que literalmente estamos arrinconados los muchachos de antes: Queremos asumir con valentía este mundo nuevo y a fuerza de lidias apenas aprendimos a llamar y contestar el teléfono celular que a regañadientes tuvimos que recibir el día del padre, porque "persona que no tenga celular, prácticamente está muerta o desaparecida", según afirman mis hijos.
De la música, ni hablar. Tengo unos nietecitos españoles, niños y preadolescentes, que se horrorizaron y se burlaron de los tangos y la música vieja que oigo todas las mañanas mientras me dedico a las faenas domiciliarias. Sus expresiones de rechazo hacia esa música que fue compañera nuestra en todos los momentos me hicieron sentir tan mal que tuve que buscar un lugar en solitario para seguir oyéndola, por lo menos mientras duraba su tierna y anhelada visita. Son expertos en Reguetón y sin pedírselo, dictaron una cátedra de más de una hora sobre temas e intérpretes, cuyos nombres no pude o no quise recordar.
Pienso con pena que las pobres novias de hoy nunca van a tener la posibilidad de recibir el regalo de una serenata, manifestación amorosa de antaño que hacía suspirar hasta la del corazón más duro. Me perdonan, pero con esa música de ahora, ¿quién se atreve a plantarse en una madrugada frente al balcón de la mujer que se ama?
En los tiempos pasados las cuchillas de afeitar sólo estaban en la lista de los hombres porque ese era un elemento exclusivo y necesario de los adanes. Ahora no. Las máquinas de afeitar son de primerísima necesidad para las damas que viven librando una batalla incesante ante cualquier manifestación de hirsutismo.
En el ámbito social ya no hay a quien creerle. Hasta hace poco los periodistas luchábamos por ganarnos el favor del público tratando de desentrañar la verdad de las cosas, justamente porque el valor de un comunicador estaba en la credibilidad que lograba a través de su seriedad y rigor en el manejo de la verdad. Hoy en día cualquiera es un traidor, cualquiera es un ladrón y mentiroso, subido en el privilegio de un micrófono, una cámara o un computador. Entonces nos quedamos sin saber a quién creerle, o cuál es el que se resiste al halago y la vergüenza de vender su conciencia por unos míseros pesos.
Los niños y los jóvenes de hoy no saben del respeto hacia los demás y hacia todo; van por ahí con un desenfado que ofende, maltratando a todo aquel que tiene la desgracia de ponerse en su camino o en su ambiente. Y lamentablemente ese es el cambio que tenemos que aceptar, so pena de ser considerados especímenes antediluvianos, viejos estorbosos que ya nos quedamos sin un lugar para estar o vivir decentemente…
Los más añejos ¿recuerdan las tardes de fútbol en el estadio, y la fiesta que vivíamos en la parafernalia de viajar al escenario en multitud multicolor porque hinchas de uno y otro equipo marchábamos juntos en franca camaradería? Yo sé que lo recuerdan con nostalgia porque hace un tiempo tuvieron que rendirse y tomar la penosa decisión de no volver más al estadio, ya que allí se arriesga la vida ante el atropello y la violencia de los fanáticos de ahora.
Por eso pregunto: entonces nosotros ¿dónde podremos ubicarnos?, ¿cuál será nuestro nicho para poder vivir el tiempo que nos falta?