La novela Nada que decir, de la escritora Silvia Hidalgo gana el premio Tusquets 2023

15 septiembre 2023 10:12 pm

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El jurado del premio Tusquets Editores de Novela 2023 dio el fallo como ganadora a la novela Nada que decir, de la escritora española Silvia Hidalgo.

Esta novela es un deslumbrante retrato psicológico de una mujer enfrentada a sus contradicciones y a la vorágine de la vida moderna. Una historia veraz y lacerante sobre la vivencia del deseo y la pasión, sobre cómo se sobrepone a la crisis de los cuarenta, la ansiedad por el éxito social, el desencanto del hogar, la atracción por lo prohibido.

Para que este año el jurado estuvo presidido por Antonio Orejudo e integrado por Bárbara Blasco, Eva Cosculluela, Cristina Araújo, y Juan Cerezo, en representación de la editorial, indicó que el número de manuscritos presentados a esta convocatoria fue de 672.

El premio Tusquets consiste en una estatuilla de bronce diseñada por Joaquín Camps y tiene una dotación económica de 18.000 Euros.

Sobre la novela Nada que decir:

Una mujer aguarda en el interior de un coche a que su exmarido acuda a recoger a la hija de ambos, que llora en el asiento de atrás. Mientras cae la lluvia y las figuras se desdibujan iluminadas por los intermitentes, ella está pendiente de su móvil y de una cita con un desconocido. Como un animal desorientado y furioso, se deja llevar por su deseo crudo, sin tapujos, en el que la maternidad, la familia, el trabajo ocupan un lugar secundario.

Quiere huir de los espejismos de una falsa felicidad, pero se sitúa ante el abismo de una relación enfermiza, desquiciada, con un directivo de la empresa de su exmarido, un «hombre tumor». Nada que decir confirma a Silvia Hidalgo como nuestra Marguerite Duras: escenas turbadoras, emociones inconfesables y una escritura tersa y brillante, que deja zarpazos.

La novela se publicará en la colección Andanzas el próximo 18 de octubre. Las siguientes son algunas de las apreciaciones del jurado del premio Tusquets Editores de Novela 2023:

«Silvia Hidalgo traza con extraordinaria agudeza una radiografía transversal de la mujer contemporánea.»

«Una radical propuesta de liberación.»

«Nos han contado muchas veces lo que es el amor pero Silvia Hidalgo retrata de una manera brillante y exacta la deriva del amor en estos tiempos postmodernos, con una prosa electrizante, como si nos hubiéramos sumergido bajo las luces de neón en el mejor cine de autor.»

«Una voz afilada que escarba en el deseo, las ambiciones y el desencanto de una mujer que lo tiene todo, una indagación extraordinaria sobre las decepciones que esconden las vidas perfectas.»

Sobre la escritora Silvia Hidalgo:

Silvia Hidalgo nació en 1978 en Sevilla, donde sigue viviendo y escribiendo. Ingeniera informática, madre, cinéfila y lectora, es también autora de las novelas Dejarse flequillo (Amor de madre, 2016) y Yo, mentira (Tránsito, 2021). Nada que decir es su tercera novela.

Compartimos el primer capítulo de la novela Nada que decir, con autorización de la editorial Tusquets.

Luces de emergencia

No es más que una tarada sentada al volante mirando fijamente el móvil. Todavía es joven, pero ya es alguien que fue otra persona, al menos, una mujer. Ahora solo espera quieta a que pase algo, que la niña deje de llorar detrás, que el padre llegue a recoger a la criatura, que aparezca un mensaje en la pantalla. Algo. Respira en rojo con las luces de emergencia clin clon clin clon.

Por la ventanilla ya aparece el padre, viene a por lo que es suyo. La sonrisa como una garra que se apropia, la sonrisa que antes también era para ella en las terrazas de los bares y en las bodas. Apresurada, se baja del coche, le entrega la niña y la bolsa de ositos con lo que se le ocurrió meter dentro. Él le pregunta ¿estás bien?, ¿estás bien? Pero no escucha, se responde a sí mismo con su mirada compasiva, la abraza y le pincha todo el cuerpo. Ellos iban a ser diferentes, iban a ser felices, en cambio ahí están y se pone a llover a mares como venganza. Ella sintió el peso de 7

las nubes, en estos meses se ha convertido en una vaca que muge nerviosa y mueve el rabo cuando se acerca la tormenta. A él le coge desprevenido, como le pasa con todo lo que ella dice, y corre, corre acobardado hasta la casa. Ella ya no sabe cómo se hace, las vacas no corren, las vacas se guarecen.

La niña continúa llorando, más fuerte, para que la oiga a pesar de las paredes, del cielo negro, a pesar de los truenos. Ya no distingue la lluvia del llanto, ya no espera que deje de llorar, ahora quiere que siga, que le estropee un rato la vida al padre, al fin y al cabo es su hija, algo habrá sacado de su madre, además de los ojos tan hundidos en la cara.

Los imagina con la estufa del salón encendida, se quitarán los abrigos, él habrá hecho sopa, le habrán dado sopa. La niña ya no se acordará de ella, podría no volver nunca más y daría igual. Todavía no dice mamá ni nada que se entienda, solo dice no; su madre es no, su padre es no, y la comida y la leche es no. La niña responde que no a todo, incluso a lo que sí quiere. Ojalá contestar no o no contestar.

A ella le gustaría hablar ese idioma y seguir siendo la única que puede entender a qué no se refiere exactamente. Sigue lloviendo, espera resguardada y quieta con el clin clon clin clon; la vecina de al lado descorre los visillos para ver quién la acecha desde el coche, no debe de reconocerla y lo mismo llama a la policía. Si vinieran le pedirían papeles y le pedirían explicaciones, qué hace ahí parada, no se puede estar quieta dentro del coche de un hombre muerto, aunque sea el de su padre, con los ojos fuera de la cara clavados en una pantalla y una caja de condones en la guantera.

Debería darle vergüenza, con la sillita de un bebé detrás, el olor agrio de la leche que la niña echó en las curvas y los restos de gusanitos por todos lados. Tiene que volver al agujero del que haya salido, esconderse y, si no tiene dónde, será mejor que se ponga en marcha y no se detenga donde pueda incomodar. Ella les explicaría que en este instante no es más que una mujer esperando a que un tipo responda al mensaje que le envió hace un rato y que entonces, si contesta, está dispuesta a arrancar el motor y a conducir más de dos horas en plena noche de tormenta para ir a verlo.

Es un tipo al que ni siquiera conoce en persona todavía. Solo tiene una dirección incompleta y unas cuantas fotos. Un par son de su polla. Un tipo que casi nunca usa la h y que solo acierta a escribir alguna palabra bien. Hablan de lo que han comido, de la serie que han visto o sobre las fotos de sus cuerpos. A él le gusta contarle lo que quiere hacerle y leer lo que ella le hará.

La llama bonita, le manda caritas que tiran besos y usa la palabra follar. Le pidió que fuera a verlo, pero ella ya no tenía coche, lo había perdido en el divorcio. No, en realidad no lo perdió porque no puedes perder lo que nunca ha sido tuyo. Con ese desapego se desprendió del coche, del hogar, del matrimonio y del amor. Por eso cuando se fue, solo se llevó su ropa, sus títulos y sus libros.

Esta mañana ha rebuscado en los cajones donde su madre conserva las cosas de papá. Ha cogido las llaves primero y el coche después; pensó en la palabra robar, pero ella no sabe si eso es robar, si a los padres se les roba o si a los muertos se les puede pedir prestado. Y ya sentada al volante ha tenido que arrancar el coche y recordar las palancas, sus manos y sus pies moviendo una tonelada de hierro otra vez, y aquello andando con ella dentro, aún con el olor a colilla mojada.

Todavía huele. Si aparecen policías y llaman a su madre para que corrobore la versión, la madre lo hará, porque ya lo sabe, que se llevó el coche. Se lo dijo por teléfono, aunque ahora viven juntas, o bajo el mismo techo, que no es lo mismo. Ella prefiere hablarle desde lejos, a un botón de distancia de poder apagarla, y así la llamó, poniendo voz lastimera, aun-que tal vez la madre ni habría notado que faltaba el coche, pero de habérselo pedido la madre le hubiera contestado espérate que lo hablemos con tu hermano, porque no van a estar decidiendo ellas solas, una vie-ja y una parturienta.

Ella le dijo que lo necesitaba como madre, porque a una madre todo el mundo le echa una mano, está muy feo no ayudar a una madre con su bebé, y le ofrecen el asiento y le perdonan los céntimos que no encuentra y que se cuele para comprar el pan porque tiene prisa por volver, por darle de comer, bañarla con jabón neutro y ponerle el pijamita.

Lo que no puede decirle a su madre es que el coche, el viaje en plena tormenta, la visita a este tipo y todo lo que hace es porque necesita matar a otro hombre, un hombre que ya no es de carne y hueso, un hombre que ya solo es el recuerdo de un amante que se resiste a desaparecer, un hombre que quiere extirparse sin sangrar, porque lo tiene como un tumor en todo el cuerpo.

Está en las ideas y está en las palabras, y la palabra labios ahora son sus labios, y la palabra manos son sus manos y todas las palabras que alguna vez le dijo ya son sus palabras. Y le tendría que haber explicado que tiene esa historia clavada con letras afiladas y que, como un veneno, solo podrá sacarla con otras, unas que formen un caos y un desorden que borren el rastro, porque sabe que si hay alguna opción de enterrar su nombre será junto a fotos vulgares y faltas de ortografía, cavar hondo en un desierto yermo de haches y de toda gramática.

Y rezar por poder salir. Quiere contarle a su madre, a la policía, a sus amigas, a sus jefes, también a su marido-exmarido, que necesita conducir lejos, huir de la felicidad del hogar, del calor de la oficina, de los libros y de la música, de todo intelecto; que solo ansía llegar a ese páramo don-de se hable de otro modo, con otro acento, más cerrado, más tosco y encontrar un milagro, una aparición en mitad de la nada, sentirse la niña Bernadette frente a la Virgen de Lourdes, una pastorcita desprovista de entendimiento, preparada para recibir un mensaje en su cuerpo que no entienda, pero que borre esta obsesión. O desbarrancarse por el camino.

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