James Padilla Mottoa
Con los muchachos que anduvieron conmigo en diferentes momentos del trajín profesional siempre lo dejamos como una sentencia del quehacer periodístico, en el campo deportivo y en todos los campos: no existen las verdades absolutas y siempre se ha de dejar una ventana abierta para salir en el momento del apuro. Esto tiene la fuerza de un axioma porque no hay nada más penoso que ver a un periodista tratando de salir de un embrollo, regulando por una frase suelta o una oración dicha o escrita en un momento de ofuscación.
Lo recordaba recientemente a raíz de lo sucedido con el entrenador bogotano Lucas González, técnico del América de Cali. Este joven adiestrador apareció de pronto como estratega de Águilas Doradas y maravilló a todo el mundo por la manera como puso a jugar al equipo rionegrero. Un equipo modesto que se constituyó en el total dominador de la liga colombiana durante todo el torneo pasado en la etapa del todos contra todos. Lucas se convirtió en el hombre de moda y por eso lo contrató el mandamás del escarlata vallecaucano, Tulio Gómez, dicen que mucho antes de concluir el torneo. Agregan que fue tan suculenta la oferta que al novel técnico no le quedó otra que armar sus valijas y marchar hacia Cali.
Y llegó el drama: González quiso imponer su idea futbolística y ese no es un proceso sencillo ni corto; se necesitan varios partidos y muchos resultados malos. Justamente lo que la prensa caleña y las barras del rojo no estaban dispuestas a soportar. La prensa comenzó a criticar los resultados y a organizar el coro para la despedida del adiestrador, mientras la barra insultaba y pedía el pronto relevo, inclusive con frases amenazantes.
Pues vino lo mejor: los directivos lo aguantaron y los jugadores se pararon solidariamente para pedir el respaldo para un proceso y un técnico en los que ellos confiaban plenamente. Así se dio y de inmediato comenzaron a aparecer el buen juego de los diablos y magníficos resultados. Quedaron atrás las horas grises de los insultos y amenazas de la tribuna y las críticas inclementes de la prensa que llegó a burlarse del entrenador, afirmando inclusive que estaba demasiado viche para dirigir un equipo grande como el América y que su lenguaje era demasiado complejo y descrestador para llegarle a un grupo de profesionales como el que tenía al frente.
Victorias categóricas como las logradas en el clásico y después ante el encumbrado Atlético Nacional que incluyó el gol de Barrios después de 38 toques al balón, comentado en todos los medios de Sudamérica y el mundo, han dejado muy mal parados a los críticos profesionales y a la hinchada roja.
Lo de los hinchas en la tribuna vaya y venga, al fin y al cabo, a ellos no les importa sino la pasión que llevan dentro y la defensa de una boleta que pagan por el espectáculo. Pero lo de los periodistas, ¡Santo Dios!, esa sí que es una pizarra imposible de borrar. Ellos no tienen la posibilidad de salidas jocosas como la de la pancarta aquella que mostraron y donde expresaban "Perdón Lucas, era molestando". No, lo de los periodistas que lo atacaron de frente y a mansalva, es muy delicado porque es en estos casos cuando se pierde la credibilidad y se pone en duda la seriedad y el conocimiento de los que se reconocen como críticos. Ahora Lucas González, con sus cejas arqueadas, se campea muy orondo desde la terraza del segundo puesto del campeonato, mirando con desdén y con sonrisa socarrona a una prensa que perdió terreno frente a él.
Este caso lo he traído a colación porque me parece que es una inmejorable lección gratis para los periodistas que empiezan y para los viejos que todos los días quieren aprender. No lo olviden: no existen verdades absolutas y siempre hay que dejar un resquicio para salir y no verse envueltos en una situación tan desagradable como la que están pasando los amigos de Cali que ayer se burlaban del técnico nuevo y ahora, a cara de perro, tienen que llegar con la cola entre las patas para pedirle una nota porque, de verdad, él es el técnico de moda en Colombia.