Fernando Rojas Arias
Una vez permitido la publicidad política para la promoción de los candidatos a los diferentes cargos administrativos, alcaldes, gobernadores, concejales y diputados, empezaron a proliferar en pancartas los diferentes candidatos de acuerdo con la capacidad económica de cada uno de ellos y fueron inundando el paisaje de los municipios en sus zonas urbanas y rurales de imágenes risueñas y mensajes prometedores.
Una de las campañas que dio un paso adelante fue la del partido Liberal, mostrando en grandes pancartas el torso y cabeza, como mellizos, no como gemelos, de los candidatos para la gobernación Atilano Girando, y para la alcaldía de Armenia Álvaro Arias, vestidos con camisetas de color rojo, sin dejar ver sus brazos ni manos, levantando las cejas hasta arrugar la frente para no dejar caer los parpados y se les viera bien abiertos sus ojos; frunciendo la nariz, estirando cuello y mentón hacia arriba para poder dejar dibujada su mejor sonrisa selfis, como gesto de bondad o hipocresía. Imágenes que según el conjunto de sus cabezas, rostros y largas orejas semejan dos hombres que van transitando por la tercera edad, es tanto así, que ambos deben de gozar de pensión de jubilación, sino es que, de dos o tres pensiones, lo que no los aparta de sus ambiciones de poder, de codicia.
No comprendo como Atilano Giraldo apareció de la noche a la mañana siendo el candidato del partido liberal, de Gaviria, después de haber militado en el partido de Vargas lleras, Cambio Radical, los últimos doce años siendo representante a la cámara por ese movimiento. No entiendo cómo, y lo más grave, por qué el jefe máximo del partido liberal, como se hace llamar el ajedrecista Gaviria, otorgo ese aval, como no entiendo el porqué de la decisión de Atilano de cambiar de partido. No entiende cómo el vaivén político permite que se cambie de color morado a rojo, de conveniencia o de conciencia (no de ideología o filosofía que parece ser la gran ausente de los partidos), sin que se perciba una sensación de mezquindad y podredumbre en el ambiente que va dejando un manto de desconfianza, de dudas, de sombras que hacen presagiar un futuro borrascoso para el departamento.
No comprendo tampoco el aval para alcaldía de Armenia que el gran jefe le entregó al señor Álvaro Arias, quien en este cuatrienio estuvo ejerciendo como diputado, por haber ocupado el segundo lugar como contendor del actual gobernador liberal en las elecciones pasadas, es decir, que ese segundo lugar no lo obtuvo como liberal, sino como candidato de una coalición del Centro Democrático y el Partido Conservador, o sea, que como dicen las señoras se cambia de opinión como de calzones.
No sé si este señor, haciendo uso de su doble moral, renuncio en el debido momento a su condición de miembro de esos partidos, para volver a ser un alfil de la señora Luz Piedad Valencia y poder ser, otra vez, miembro activo del partido Liberal y ganarse así su postulación como candidato a la alcaldía de Armenia.
Álvaro y Atilano, nos dejan las mismas sensaciones, parece que fueran siameses el uno para el otro. Que bien se refleja en esa pancarta del partido liberal, en la sonrisa picaresca de sus candidatos, la avidez de perpetuar a cualquier precio el poder.
Ser liberal es un honor que cuesta, decía el carné de ese partido en su época de luchas y de glorias, en las de Uribe Uribe y Gaitán. Hoy no se sabe que es lo que cuesta, en todo caso no es el honor.