James Padilla Mottoa
No se entienden las posturas de las gentes luego de un ligero examen que se hace de conductas y estados generales de sociedades específicas en el mundo de hoy: de un lado está la concepción general de un estado calamitoso de una comunidad afectada en lo más profundo por comportamientos que riñen con las normas elementales de convivencia o con los patrones fundamentales del orden y la decencia, y el clamor generalizado de ese mismo conglomerado en demanda de acciones inmediatas y fuertes que puedan aportar soluciones a esos graves problemas.
Pero por el otro, voceros de la misma sociedad que sentencia y reclama, manifiesta tendencia a favorecer los elementos que son causantes de los males y el desorden. Aquí hay una situación compleja que pone en entredicho la salud mental de los asociados.
Este prólogo para referirnos a unos de los múltiples males que están afectando, cada día con signos de mayor gravedad, el orden y la estética de Armenia y de forma conexa la sensación de inseguridad que manifiestan los habitantes de esta capital. Se trata del grave problema de la creciente población indigente que se ha adueñado de todos los lugares.
El diagnóstico con sus respectivas causas, hace tiempo fue hecho por especialistas en la materia. Tenemos una ciudad repleta de indigentes porque en todo el país se ha corrido la voz de que en Armenia y el Quindío somos particularmente generosos, es decir, no tenemos reparos en repartir monedas y servicios a todos los que los solicitan. Los de carro y los de a pie, tenemos como característica un recipiente especial con bastantes monedas para repartir en semáforos, restaurantes, mercados o cualquier sitio que escogen los pordioseros para ejercer un oficio que les resulta aquí, muy productivo.
Hace mucho tiempo que asociaciones o fundaciones que atienden necesidades básicas de personas en estado de carencia total, pedían encarecidamente a los distintos medios de comunicación divulgar el llamado a nuestras gentes para que no repartan monedas o no den limosnas por fuera de esas mismas instituciones para organizar claramente unas políticas de asistencia social y con el fin de procurar que las ayudas de la ciudadanía lleguen a los que verdaderamente las necesitan.
Las campañas de divulgación de este mensaje no tuvieron efecto porque el comportamiento ciudadano siguió siendo el mismo y la publicidad de una Armenia generosa, nos ha traído más y más personas en condición de calle e indigencia. A tal punto que es terrorífico llegar a un semáforo en nuestra ciudad. Inclusive es común ya observar en esos sitios elementos complejos para saltimbanquis y maromeros que hacen insufrible el simple paso por esos lugares. No sé si para tratar de borrar culpas o para aplicar en un falso concepto de la caridad, volvemos a repartir limosnas que lo único que logran es traernos por camionados a todo tipo de personas que vienen de los cuatro puntos cardinales de nuestra geografía.
Ah, pero es que de municipios y departamentos vecinos también nos están mandando estos personajes. Cierto, pero no es la raíz del problema: somos nosotros mismos los que estamos atrayendo a los pordioseros, adictos y toda clase de elementos que se dedican a la mendicidad. No hacemos caso a los llamados de quienes conocen a fondo el problema y luego estamos reclamando a las autoridades para que realicen las acciones o procedimientos que nos quiten, de una vez, el karma que tenemos encima.
Hay personas particulares de muy buen corazón que piensan que a esta población de habitantes en condición de calle hay que brindarle asistencia y especialmente una comida caliente, preferiblemente en horas de la noche. Sin embargo, ese es un concepto que hay que revisar, porque volvemos a lo mismo: la generosidad de los armenios nos está trayendo más y más gente, porque se sigue regando el cuento de que en esta ciudad aseguran buena plata y comida, además…