Escrito y emitido el día de las exequias. 22 años ha-
Actualizado febrero del 2024-
y moriréis, oh estrellas, en el postrero día
mas flotaran espíritus con triunfadoras palmas;
y alumbrarán entonces la eternidad sombría,
sobre cenizas de astros, constelaciones de almas.
Por Jair Castro López
Nada más apropiado para rubricar esta absurda paradoja, que el verso sabio de Rivas Groot, aludiendo a la muerte, cuando hace pocas horas, acompañamos a su última morada a nuestro caro amigo, al sapiente consejero, al periodista vital, curtido en mil batallas, al hombre sencillo, al padre amoroso, al liberal valiente y decidido, al creyente reverente, al fascinante contertulio que supo hacer de sencillos aconteceres, un rico anecdotario. Hablamos de Aldemar Rojas Martínez y nos referimos a paradoja, porque la luz de su existencia se extinguió justamente el día del periodista.
Con Rojas Martínez se esfumó el último vestigio de esa generación de comunicadores que vivieron su profesión con pasional esmero- pocos años, muy pocos, bastaron para que esa pléyade de prohombres del periodismo, se sumergiera en la noche del eterno luto, sin que quedara para la posteridad, la imborrable memoria de los bronces, ni la impronta de las glorias perennes de su épica existencia.
Hombres cabales, arquitectos insomnes de un futuro que desde las alturas, verán desaparecer raza, historia, nombre quedando solo la vanidad del hombre
Nos dolió esta muerte, porque ese prolijo caballero, tras 50 años de ejercicio profesional, apenas vivió dignamente, dejando, sí, un legado incalculable, una riqueza de dígitos seguidos: la educación de sus hijos y el ejemplo de valor y de trabajo; de raigambre inamovible en sus creencias, de activista liberal en épocas aciagas, donde la vida tenía el precio de una bala.
Vivió la violencia partidista de los años 50, con la intensidad de un batallador urbano, sin claudicar jamás frente a la chusma tenebrosa que cobró cientos de vidas inocentes y de la cual poco se dice, porque avergüenza y sonroja a sus autores, hoy respetables dirigentes políticos y potentados con las manos tintas en sangre.
Decir que laboró en las principales emisoras y publicaciones del Quindío, de Pereira, Bogotá y en muchos otros lugares, es redundante, porque no tuvo temor a salir de la región, escudado en su perfil periodístico. En ese entonces, no contaba la traición, no se daban clones del presente, que medran y se lucran, sin ideales, sin doctrinas, sin credos, haciendo de la mentira y la estulticia una forma de vida con la verdad como un agregado maleable y circunstancial.
No reinaba la hipocresía, ni los pantalones se acababan por las rodillas, tampoco medraban los capataces del embuste ni las marionetas sin permiso para pensar, estigma recurrente del mediocre. Miguel Ángel, en escritos plasmados en EL QUINDIANO, consignó en crónicas el pormenorizado devenir de su padre y el entorno consecuente.
Rojas Martínez tuvo una trinchera periodística en el Diario del Quindío, al lado de Miguel A. Capacho, otro viajero triste orlado por la miseria y desconocido por su propio gremio. Amanecer al lado de la imprenta, mientras al acecho esperaban los bandoleros de la cuadrilla de Efraín Gonzales, armas en mano, para aplicar la única ley imperante, no es algo para olvidar fácilmente. Defender la democracia de las acechanzas de la Policía Chulavita y el valor de un hombre de fortaleza irreductible, no son actitudes para ignorar. .
En las épocas de la dictadura del general Rojas Pinilla, con absoluto desprecio por la vida, vivaba el partido liberal a voz en cuello, al paso de la caravana con el dictador a bordo. Los calabozos del tenebroso SIC, albergaron su cuerpo, pero no lograron doblegar su espíritu, porque esos varones estaban hechos de materiales, hoy inexistentes. ¿Cómo entonces, no lamentar su ausencia definitiva? Muchas páginas serían requeridas para referir su pródiga existencia; siempre en el periodismo de campo, siempre fiel a su partido y a sus jefes naturales, como Ancízar López, pero sin hipotecas de conciencia. Así cumplió su periplo por varias ciudades y con la misma vitalidad de siempre, regresó al solar nativo.
Conoció de cerca la adversidad, disfrutó las pequeñas cosas de la vida, con la certeza de conocer unas y otras. Su natural sensibilidad lo llevó por los vericuetos de la música de antaño, en cuyo decurso se convirtió en una autoridad, certificada en el espacio dominical más sintonizado de la región, Musicales del Recuerdo, cita con el pasado, a la cual acudió sin falta, hasta antes de su muerte y aún en los agónicos prolegómenos, recomendó a Miguel Ángel, su hijo, con la severidad secular habitual y el perfeccionismo innato en él, que el programa de ese domingo, debía realizarse sin guía, llegando incluso a dirigir desde un sofá, cuando las dolencias no le permitieron movimiento alguno.
Detestó las clínicas y los hospitales; redujo a su mínima expresión el contacto con los médicos y fue reacio, terco quizá, a las sugerencias para mantener su calidad de vida. Solo dolencias fatales lograron decidirlo y ahí, perdió la batalla. Corajudo y valeroso hasta el fin, no se quejó delante de los suyos. Vio siempre la habitación hospitalaria plena, con sus hijos, su esposa, hermanos, amigos y colegas…y así, retando a la siniestra parca, instó a su corazón a detenerse: lúcido y afable, partió en calma, como los justos lo merecen, después del suplicio soportado con estoicismo, solo claudicable ante las disposiciones supremas de El Creador-
Durante más de 40 años, día a día, visitó la iglesia más cercana para cumplir la promesa devota de acudir a la casa de Dios, hasta su último hálito de vida, cuando uno de sus hijos, gravemente enfermo, salió de las manos de la ciencia, para quedar en las del Médico Supremo. Fe y constancia que le dieron más fortaleza espiritual frente a la vida y a las contingencias.
Salvo esporádicas apariciones en la vida pública, cumplió su misión periodística en los escenarios apropiados. Amó la profesión y a ella sirvió con dedicación y pulcritud moral. Con Aldemar Rojas se extinguió la raza de pioneros del periodismo comarcano, panel sagrado, tildado de deshechable por la generación de relevo, burócratas acolchonados en poltronas consumistas.
Para concluir, recabar que los honores siempre le fueron esquivos, porque sus merecimientos no contaron para esa agremiación, donde los méritos, son apenas un aditivo, que en el momento de la valoración, no pesa más que la amistad incondicional con el sátrapa. Se fue Aldemar, sin colgar de su pecho una medalla, jamás buscada, pero siempre merecida; se marchó con un gesto de fatigada ironía ante lo tardío de los honores conculcados.
Ad portas de egresar la primera promoción de graduados en la facultad de Comunicación de la universidad del Quindío, los flamantes titulados, nunca recibieron información sobre los maestros de maestros del periodismo regional, unos vivos y otros muertos. Todos compaginaron el periodismo con la poesía, las letras, la historia, con la formación integral. Son letra muerta en los anales del periodismo, nombres que nada dicen a las nuevas generaciones.
Al hombre que respetó las diferencias de criterio con Miguel Ángel, reconocido periodista de la región. El consejo sabio suplió la sinrazón, como semilla plantada en tierra fértil que continuará germinando con feraz cosecha. Su elegante traje de uso exclusivo para los jueves, cuando afirmaba que ese día mejoraría su suerte. Una iglesia colmada, nos produjo alivio, así fuera tardía la demostración. Del sepelio tomamos el verso de Ciro Buendía…:
Qué exequias más hermosas, que gentío,
cuántas flores y sombras, cuanta pena,
con su mutis, quedó sola la escena,
cuántas hojas caídas sin rocío.
Qué silencio en las voces y que frío
por el amigo muerto. Gime y llena
de angustia el alma, por el alma buena,
cómo me dueles, compañero mío.
La amistad y el amor están presentes,
La pluma y el talento están de luto,
nieblas hay en los ojos y en las frentes
Y para toda esa gente pía, que constituye el rebaño del ausente, esposa, hijos y nietos, digamos con Arciniegas…
Si ya llegaron a la eterna vida
los que a la sima del sepulcro ruedan,
con júbilo cantemos su partida
Y lloremos más bien por los que quedan…