DESPLAZADOS POR LA VIOLENCIA BIPARTIDISTA
Corría el año 1919 y en el corregimiento de Córdoba, municipio de Calarcá-Caldas, hoy municipio del Quindío, habitaba una joven de uno con cincuenta de estatura, tez trigueña, ojos café, pelo negro ondulado, boca pequeña; con finos modales y exquisita educación. Cuatro años antes había llegado de La Unión- Antioquia, traída por su hermano Jesús Bárbaro Londoño Botero, radicado en Córdoba hacía unos años. Merceditas, como la llamaban sus amigos de La Tebaida, o Londoñito como le decían en el hogar donde pasó su niñez y adolescencia, es decir, en casa de don Francisco Botero, quien la acogió siendo una infanta huérfana de madre, fue levantada con cariño y consideración como una hija más. En la escuela aprendió artes manuales, a leer, a escribir y matemáticas básicas.
Adolescente, se unió al hogar de su hermano mayor Jesús Bárbaro y visitó a sus otros hermanos, Luis Foción, María Luisa, Bernardina y Obdulia quienes habitaban en Calarcá, Córdoba y Pijao. Las familias de Bernardina, María Luisa y Merceditas se radicaron en La Tebaida. La juventud en casa de su hermano fue dura; ya que fue educada como una dama y su hermano empezó a rodar con ella de fonda en fonda por caminos de arrieros no aptos para señoritas.
En esos ires y venires, en Quebrada Negra-Calarcá conoció a un joven arriero, alto, apuesto, de ojos azules y se enamoró. Él, Jaime Botero Guzmán, hijo de Hipólito y Delfina, cortejó a la joven y el 12 de agosto de 1919 contrajeron nupcias en Calarcá, en ceremonia oficiada por el presbítero Luis Gonzaga López.
Se radicaron en Córdoba y el 1 de junio de 1920 llegó Libia, la primogénita. El 26 de junio de 1922, la cigüeña trajo otra niña bautizada en Armenia con el nombre de Mariela, época en que la familia ya vivía en zona rural de La Tebaida, finca La Argentina, donde Jaime laboró con don Santiago Vélez y años después con don José Jaramillo Vallejo con quien trabó una amistad que perduró hasta su fallecimiento.
Como la salud de Jaime se deterioraba por una enfermedad llamada Púrpura, el médico le recomendó vivir en zona urbana y la familia se radicó en la esquina de la carrera quinta del pueblo, frente a la casa de la hacienda de los Arango, donde abrió un granero.
El 29 de junio de 1926, el dolor tocó la puerta: Mariela, de cuatro años, falleció, pero a pesar de la tragedia, la valentía y dedicación de todos hizo prosperar el negocio hasta ser el referente de los colonos que venían recomendados por algún pariente de La Unión, La Ceja, Sonsón, Mesopotamia y otros, que, con la venia de Merceditas, eran acogidos mientras se organizaban.
El 18 de noviembre de 1930 nació una niña hermosa, de rizos dorados y ojos azules como los de su padre: Era mi querida madre a quien bautizaron Mariela y según mi tía Libia: “era una niña voladora”. Con su vecino Luis Gallego, compañero de juegos y andanzas, con escasos cuatro años, se fueron a recorrer la calle polvorienta, caminaron hacia la Anapoima, llegaron al Guayabo, y de allí al Sinaí donde ya cansados se recostaron al borde del camino y se quedaron dormidos. A un arriero le llamó la atención verlos y reconoció a “la monita de Don Jaime”; los despertó y llevó a casa. La sorpresa fue saber que los niños no estaban en casa de la abuela Delfina Guzmán. La amistad entre Luis, quien se convirtió en mecánico, y mi madre continuó hasta la muerte de ella, quien con regularidad, pasaba por el taller a saludarlo.
Durante el tiempo que el abuelo Jaime administró fincas ganaderas, era conocido por su técnica para “levantar” ganado de engorde. Como alternaba su trabajo con el cuidado de reses, le entregaban las vacas con terneros en comodato, que consistía en cuidar la vaca con el usufructo de la leche y levantar el ternero. Al momento de entregar el novillo y la vaca, partían utilidades.
El 2 de junio de 1932 nació Jaime, a quien llamamos Jaime Niño, quien murió con 8 añitos el 26 de diciembre de 1940. El 7 de enero de 1935 nació Mydia y el 13 de diciembre de 1936 el último integrante de la familia, Diomer, conocido como "la Osa". Midia, una hermosa morena de ojos verdes y cabello negro lacio; era muy extrovertida. Relataba mi tía Libia que, una tarde le preguntaba mi abuela: "Midia, ¿usted dónde estaba?" Y ella respondía: "donde Tilde (Clotilde) jugando con Hostia y chicharrón” (Eucaris y Cicerón), hijos de Fidel Botero.
Cuando fue confirmada, contaba mi mamá, que llegó donde mi abuelo toda brava porque un payaso (el obispo) le había echado agua y le había dado una palmada en la cara. En esa época era un acontecimiento la visita del obispo y a las niñas de la escuela las organizaban en fila para reverenciar a monseñor. Cuando a Midia le tocó besarle la mano, estaba masticando chicle y como se le quedó pegado en el anillo, ella corrió a reclamarlo, lo que causó revuelo entre las rezanderas de la época.
Era muy imprudente. En una ocasión, vino un candidato presidencial conservador y subida en una escalera para ver la caravana, al pasar frente a ella, gritó: "¡viva el partido liberal!". Eso heló la sangre de todos los presentes y le mereció una “pela.”
Cuando fue asesinado Jorge Eliecer Gaitán, en la plaza principal del pueblo se aglutinaron muchas personas, entre ellas mi mamá. Por accidente se le disparó el fusil al agente Kiko Gallo e hirió a mi madre en la pierna, siendo así la única herida en La Tebaida ese fatídico día. La situación estaba muy tensa; los liberales eran asesinados y un vecino conservador, que apreciaba a mi abuelo, le informó del plan que había para asesinarlo.
Al año siguiente tuvo que dejar todo al cuidado de su esposa e hija mayor y salir una mañana en tren rumbo a Cali, donde lo acogió Luciano Mejía, emigrado años atrás. Las propiedades, la tienda y demás pertenencias fueron vendidas, menos la finca El Guayabo.
En Cali, en el barrio Guayaquil con Merceditas y dos de sus hijos, comenzó a sobrevivir y abrirse camino en un mundo diferente. De arriero, ganadero y comerciante, pasó a empresario al iniciar con don Luciano el comercio de madera comprada en Buenaventura. En definitiva, al Quindío no regresaría por largo tiempo. El desarraigo fue grande ya que dejaba a Delfina su mamá, sus dos hijas Mariela y Midia, sus hermanos, amigos de los últimos treinta años, negocios y la fortuna amasada con su trabajo.
Pasados tres años estabilizó su economía y el 13 de noviembre de 1952, en el banco de Colombia de la Plaza Caicedo, su corazón falló. A los cincuenta y cinco años finalizó la vida de un hombre luchador, con gran visión de negocio. Como decía mi abuela: “afortunadamente murió de muerte natural”. Con el fruto de su trabajo legó a su familia la forma de “vivir bien” el resto de sus vidas, incluso a sus nietos y bisnietos. Algunos de sus últimos descendientes heredaron su vena de comerciante y emprendedor.
Conocí al abuelo solo por referencia de la abuela quien decía: “Era el hombre más buenmozo del pueblo, alto, de ojos azules”. Eternamente enamorada de él, a sus ochenta años, senil, repetía esta misma frase.
Merceditas, Libia y Diomer regresaron en 1962 a La Tebaida. Permanecieron en la casa que la abuela compró en la carrera 7 # 11-33, hasta que la “amiga” que nos visita a todos se los fue llevando. El 15 de marzo de 1980 Merceditas con 81 años, el 23 de mayo de 1982 a Diomer, de solo 46 años el corazón también le falló; el 5 de mayo de 2008 falleció Mariela de 78 años en Cali; el 13 de septiembre del 2020 con cien años cumplidos se marchó la tía Libia. Midia fue desaparecida en 1959 y el proceso de muerte presunta se hizo después de la muerte de la abuela.
Esta es la historia de muchas familias colombianas desarraigadas de su terruño por la falta de oportunidades. Éstas después de tantas dificultades, en su mayoría progresaron en sus nuevas moradas y han generado, con esfuerzo y trabajo, bienestar y futuro para sus descendientes, mostrando así la capacidad de resiliencia de la población quindiana.