Parte 1
*Gloria Chávez Vásquez
En su vertiginoso crecimiento, mi pequeña gran ciudad, incrustada en una cordillera de la región andina colombiana, es absorbida gradualmente por enormes dimensiones construidas por el hombre.
En la actualidad, Armenia, crece hacia arriba y se expande a los lados, víctima de una sobrepoblación impuesta con la complicidad de la fiebre del cemento. Ahora empieza a aferrarse a las montañas, como sucede con otros asentamientos en el mundo, que no tienen donde más colocar a esa generación espontánea y acelerada de habitantes. De ese modo la Naturaleza es arrasada y pierde la majestad de un paisaje hasta ahora libre del hacinamiento humano.
La población de Armenia se triplicó después del terremoto del 99 cuando los oportunistas llegaron a aprovechar las jugosas ayudas internacionales. A esto siguió el tsunami de desplazados por las guerrillas, muchos de raza negra o indígena, seguido por el continuo arribo de refugiados venezolanos que huyen del régimen totalitario.
La fiebre de construcción y el clima benévolo de la tierra del café, atrajo a personas de la tercera edad de todo el país que vieron en el Quindío el paraíso del retiro. Otros han comprado apartamentos o fincas donde vacacionar y los inversionistas nacionales e internacionales miran a la región con ojos de lujuria, por sus tierras fértiles y la belleza del paisaje que la convierte en sitio ideal para nuevos cultivos como el del aguacate, y el turismo. Aun así, el futuro es incierto, dadas las reformas -algunas de corte globalista- de la administración de Gustavo Petro, entre las que se incluye la expropiación de terrenos “baldíos” o “propiedades del narcotráfico” que coloca en “arena movediza” al campesino tradicional.
Foráneos y extranjeros, se adaptan y aceptan su realidad, pero otros carecen de proyecto para integrarse a la comunidad adoptiva. Lo primero que nota el visitante a la ciudad es la presencia de los mendigos, muchos de ellos ancianos enfermos o drogadictos. Añadiendo insulto al desafuero, los vecinos departamentos suelen recoger a sus mendigos y drogadictos para transportarlos en camiones y verterlos en ciudades y pueblos del Quindío. Esto representa una carga social, económica y moral para la ciudadanía. La cara de la ciudad ha cambiado de una conocida y familiar a una sociedad diversa y en ocasiones, hostil. La violencia, la delincuencia y el crimen han crecido exponencialmente. Los habitantes con más recursos se repliegan en viviendas protegidas pero el resto no tiene más remedio que convivir y sobrevivir en la rutina del peligro.
Lo irreconocible
Caminar por una ciudad larga, de calles estrechas y laberínticas, el tráfico alucinante es un juego de azar. Desde mi viaje anterior hace ocho años, noto en el centro, la necesaria presencia de los semáforos. Hace falta muchos más. La gente cruza las calles como espontáneos al ruedo.
Entre los andenes desgastados por peatones, vehículos y el paso de los años, muchos de ellos abusados por las motos y abandonados por la negligencia, sobresalen los de algunos propietarios con conciencia cívica que reflejan su amor por la ciudad: limpios, con diseños encaminados a evitar el deterioro y proteger no solo la calzada sino la vida ajena. Los grandes negocios de los centros comerciales, como El Portal, Unicentro, el Hotel Mocawa han tendido sus calzadas pensando en el peatón, y sus visitantes, la actividad de los taxis y otros vehículos de servicio público. Ejemplo de civismo.
En contraste con la agradable variedad de árboles, vegetación y flores en zonas urbanas como El Centenario, la Avenida Bolívar, otrora orgullo de la ciudad, exhibe montones de troncos de árboles, cortados sin ton ni son y que dan un aspecto depauperado a las calles aledañas. Es evidente el celo de los residentes del centro de la ciudad, con sus preciados jardines, a pesar de la desconsiderada insistencia de maleducados y desadaptados de utilizarlos como basureros o campamentos nocturnos.
La ciudad paga un alto precio por el transporte y movilización de su población: contaminación, atropellos, accidentes, muertes diarias. Los autobuses “tinto” de color rojo, e infinidad de taxis realizan el milagro de llevar al usuario a su destino en medio de la oleada embravecida de motociclistas, superior en número, entre estudiantes, trabajadores, y ocasionales delincuentes. Vehículo imprescindible, cuyos jinetes deben disciplinarse para mantener la armonía y el respeto a la seguridad de los demás.
El nuevo alcalde de la ciudad anunció recientemente tener el presupuesto para arreglar los desperfectos del perímetro urbano: colocar más semáforos, regular el tráfico de vehículos, especialmente el de motos y bicicletas, arreglar calles y calzadas. No vendría mal una Ley de seguridad peatonal seguida de una campaña para motivar a los dueños de negocios y residentes a mantener sus andenes en buen estado: Incentivos a quienes contribuyan a salvaguardar la seguridad del peatón y multas a la negligencia en el mantenimiento de los andenes.
La Desarticulación social
El Quindío es el departamento más pequeño de Colombia, pero sus recursos naturales lo convierten en columna vertebral de la economía en el país. Desafortunadamente las erróneas decisiones políticas, la falta de visión de sus dirigentes en el pasado y un liderazgo comercial desarraigado, han contribuido a desarticular la joya de la corona.
Los vendedores de la tradicional y una vez conveniente Galería, (sustituida por el atravesado y egocéntrico edificio de la alcaldía), fueron relocalizados en el terreno del antiguo Batallón Cisneros a las afueras del centro donde el mercado nunca prosperó. Frente a la resiliente Iglesia de San Francisco, un parque en el que pulula la prostitución, se acumulan de día los campesinos sin tierra, y de noche los adictos y los sin techo, a la espera de alguna solución proveniente de la Meca de la banalidad.
Llama la atención el número de fachadas enrejadas en los barrios de estrato bajo o mediano, señal del acoso constante de ladrones y delincuentes, una amenaza a la vida y al derecho a la libertad. A estos se añaden los tugurios a veces adheridos a grandes estructuras centrales, como las del colegio de La Sagrada Familia o el camino que lleva a Calarcá; un desafío de las almas en pena, esclavos del vicio de la droga, que, como aves de mal agüero, se posesionan de cualquier espacio. A la caída de la noche, Los Fundadores, El Sucre, El Valencia, El Bosque, y otros parques se convierten en cementerios de zombis o muertos en vida. Pregunta obligatoria: ¿dónde están las fuerzas del orden? ¿Qué pasó con su misión de proteger al ciudadano?
Espíritu emprendedor
La ciudad Milagro tranquila y organizada en épocas pasadas, se ha convertido en un lugar de contrastes donde a pesar de los muchos problemas pendientes de solución surgen y prosperan nuevos y numerosos barrios, que compiten con los más antiguos en colores armoniosos y limpieza de sus calles, obvio esfuerzo de las comunidades en lucir a la que cada vez es una región más turística.
La ciudad está impregnada de negocios grandes y pequeños una loa al espíritu emprendedor. Las fuentes de ingreso, individuales, particulares e ingeniosas. De ahí las vibrantes y atractivas artesanías y gastronomía que atrae al turista desde los puntos más recónditos del mundo.
Próxima entrega: Los espacios urbanos y la cultura
*Gloria Chávez Vásquez escritora, periodista y educadora residen en Estados Unidos.