En la plaza principal de Barcelona, población cafetera del Quindío, nos encontramos con don Anselmo, un hombre de mirada tranquila quien piensa que le ha cumplido a la vida, en uno de los oficios más pintorescos de la región cafetera: Es conductor de un Willys, vehículo tipo campero convertido en símbolo de la cultura regional del Eje Cafetero, producido por la compañía americana Jeep en la década de los cuarenta, del siglo pasado, para ser usado con fines militares, en las guerras de entonces.
Los primeros Willys entraron al país por el puerto de Buenaventura y llegaron a nuestra región por la necesidad de sacar el café y otros productos agrícolas de las laderas montañosas a los recientes centros urbanos, labor dispendiosa que, en esa época, se hacía con caballos y mulas. El rápido impulso económico y la robusta economía requería de un transporte más acorde con la topografía y fueron Los Willys, unidos a la pericia de sus conductores, los que lograron sortear las dificultades de las montañas andinas.
Don Anselmo recuerda con nostalgia cuando en el parque principal de Barcelona, prestaban servicio público veintidós Willys a las veredas y fincas de la zona y todos tenían asignados los viajes o turnos durante el día y parte de la noche.
: “No dábamos abasto, porque el café movía mucha plata y gente en toda la región, por eso se convirtieron en elemento propio de la vida cotidiana en estas tierras cafeteras.”, dice.
Al comienzo fueron utilizados principalmente como vehículos de carga, pero también prestaron servicio de transporte urbano y rural de pasajeros, uso que continúa hoy como los taxis de la montaña.
Como recuerda don Anselmo: “En muchos casos hacían de ambulancia y servían hasta para transportar cadáveres. En una vereda, donde un campesino asesinó a su esposa y luego se suicidó, me contrataron en horas de la noche, para trasladar los cuerpos sin vida desde la vereda hasta la morgue municipal. Fue tanta la impresión de tener cerca esos dos cadáveres, que durante las semanas siguientes “los sentía y olía” dentro del carro, causándome temor. Hasta que reflexioné y dije ¡Eh!… ¡pero si esos muertos ya están en el cementerio! Lo que tengo es que cuidarme de los vivos, que no me vayan a atracar”, concluye don Anselmo socarronamente, mientras bebe el aromático café de uno de los bares típicos del parque principal.
Durante la llamada “Bonanza Cafetera” muchas poblaciones del Quindío, incluida su capital, se convirtieron en epicentro económico nacional. Recibían jornaleros de todos los rincones del país, atraídos por la buena paga.
“Eran buenos tiempos. Había plata para todo y para todos” dice nuestro personaje. “en esa época los cafeteros pobres iban de paseo a San Andrés y Cartagena y los más ricos a Miami y Europa. Mejor dicho: pasamos de la mula al avión”
Don Anselmo llegó a tierras quindianas hace treinta y seis años, proveniente del departamento de Nariño. “Vine a esta región buscando “quihacer”. Me empleé en las fincas, como recolector, patiero y muchos otros, porque a pesar de estudiar hasta segundo de primaria, aprendía con facilidad.
Yo estaba enseñado a montar en Chiva y cuando conocí el Willys que uno de los patrones llevaba a la finca, me pareció emocionante verlo todo cargado de café, pero más emocionante era montar en él. Fue algo así como amor a primera vista”.
Desde entonces le nació un deseo; una obsesión: tener su propio Willys. Meta que logró casi diez años después, luego de su matrimonio y de administrar algunas fincas. Adquirió por $1.300.000 un Willys modelo 52 y Tiempo después, hace veintidós años, lo cambió por otro llamado “tapa alta”, modelo 54 que le costó $1.550.000. Es el que posee actualmente y en el cual transporta más que todo pasajeros, ya que los contratos para cargar café o plátano, hoy se hacen en turbos y camionetas.
En sus primeras experiencias con los Willys, cuenta que sabía conducir otros vehículos, pero no tenía cédula, ni pase, mas como le emocionaba montarse en él, preguntó si era muy difícil manejarlo hasta que después de varios intentos le dieron la oportunidad de conducir uno. “Fue grandioso cuando pude comprobarle a los amigos y conocidos que “sí era capaz de manejarlo”.
Aprendió que los Willys tienen en su caja de velocidades, tres cambios y la reversa, además del bajo y la doble, que al potenciar la fuerza permiten que la relación: mayor peso = mayor estabilidad, reduzca el riesgo de volcamiento, razón que obliga a transportar la mayor carga de pasajeros en rutas interveredales, como el único medio de transporte colectivo capaz de transitar las encumbradas vías, caminos y carreteables en estas montañas del Paisaje Cultural Cafetero.
Hoy la disminución del cultivo del café, los costos de los repuestos y el combustible, la masificación de la motocicleta y de los automotores turbo y camionetas, ponen al Willys, ícono de la cultura cafetera como medio de transporte, en peligro de desaparecer.
Aún así, desde hace veinte años aproximadamente, ha surgido una nueva visión y un nuevo valor cultural para estos vehículos típicos. Han sido remozados y embellecidos. Hoy son conocidos a nivel nacional como los “yipaos”, un producto turístico orientado a rescatar y visibilizar el valor histórico de estos míticos automotores, con su participación en los desfiles y fiestas aniversarias de la región.
Con ocasión de estas, los municipios del Quindío, organizan lo que se llama: Desfile del Yipao, que consiste en un concurso donde se decoran los Willys para competir en varias categorías de carga: Agrícola, Carga de Café, Trasteo y pasajeros, pero a esto cada conductor debe agregar el Pique Tradicional, consistente en giros sobre el cuarto trasero de llantas, en ocasiones con el conductor haciendo piruetas fuera de la cabina.
Esto ha permitido, aunque no en la medida esperada, dinamizar la presencia del Willys dentro del Paisaje Cultural Cafetero y tratar de salvaguardar este patrimonio regional.
A pesar de estos esfuerzos, Don Anselmo siente que los Willys pueden desaparecer, entre otras razones por la escasez de los repuestos, los costos y el alto consumo de gasolina. Afirma que con la conversión de gasolina a gas, “el Willys queda sin fuerza y es como darle la mano a un viejito”.
Terminada la conversación, nos despedimos después de varios cafés en la plaza principal. No pierde su mirada tranquila. Bajo los altos almendros quedan los viejos Willys, como testigos mudos de una tradición cafetera que se niega a desaparecer.
Poco a poco quedan en el olvido los días en que se transportaba exclusivamente café y plátano y permanecían estacionados en el parque. Hoy es más el tiempo que mantienen detenidos, esperando algún cliente. Saben que no pueden mover mucho el vehículo por los altos costos del combustible, así que no es extraño ver a conductores de Willys dormidos dentro de sus vehículos por la falta de viajes y el calor del lugar.
Queda de presente la resiliencia del hombre y la máquina, se resisten a desaparecer frente a las circunstancias desfavorables y se mantienen con estoicismo.