James Padilla Mottoa
No obstante que he venido aludiendo al tema con alguna insistencia, leer y escuchar los testimonios de los mismos jugadores del Unión Magdalena con relación a las apuestas del fútbol, me produjo escalofrío. Porque una cosa es que uno sospeche o que alguien le cuente y otra muy distinta es que los mismos protagonistas de estos hechos hablen y confirmen ese tipo de arreglos en los partidos, con jugosas sumas de dinero de por medio.
Lo más grave del asunto es que los capos que vienen actuando detrás de todo esto, no sólo han buscado a los jugadores de un modesto equipo de la B, sino que van permeando por todas partes a quienes constituyen la estructura de este deporte.
Las sumas de dinero que se mueven en este asunto son absolutamente fabulosas, de allí que las ofertas a jugadores y demás, sean igualmente atractivas.
En un medio en el que la mayoría de los jugadores provienen de estratos bajos, con todas las carencias propias de la pobreza, es terreno apetecible para los dueños del negocio que extiende sus terribles tentáculos por todo el mundo del fútbol, del tenis, de cualquier deporte.
Es algo relativamente nuevo para el ambiente nuestro, aunque en el pasado hay hechos significativos que nos empezaron a prender las alertas como fue aquel caso bochornoso del 20 de octubre de 1988 en el estadio Centenario de Armenia, cuando un árbitro, tocado por la mafia del fútbol, por una apuesta de 60 millones de entonces, prolongó el partido que ganaba el Quindío al Independiente Santa Fe, hasta el minuto 55 en el que el equipo bogotano empató el juego.
El zafarrancho de aquella noche en la que muchos salimos seriamente afectados, dejó, días después, descubierto el oscuro negocio de las apuestas, un mal que ahora es cosa corriente en los escenarios del mundo, amenazando con echar abajo todo lo que ha construido la organización del fútbol en más de un siglo de competencias en todos los niveles.
Como empresa del crimen ya nos llegó y no vemos una salida o manera de contrarrestarla. En el Unión señalaron claramente a dos jugadores que fueron inmediatamente separados del plantel. Sin embargo, eso no aporta solución alguna a tan delicado asunto. Pese a que el equipo samario parece estar condenado a este tipo de escándalos (recordar el famosos partido contra Llaneros que le brindó la ocasión de volver a la primera división, en el que los jugadores del cuadro de Villavicencio hacían calle de honor para que les hicieran los goles), la situación no tiene que ver con un solo equipo o con dos o tres jugadores, nada más. Ese es un monstruo de mil cabezas que se va metiendo por todas las rendijas de la competencia deportiva y terminará por derrumbarlo todo.
En el mundo de hoy, en el que se rinde culto al dios dinero, las ofertas a dirigentes, jugadores, árbitros y demás elementos del fútbol, nos van a dejar sin el espectáculo favorito de quienes somos todavía los románticos de la tribuna.
No hay forma de que la prensa deportiva reclame o denuncie: las apuestas, o mejor, la empresa de las apuestas, terminaron callando a los periodistas del planeta comprando la pauta publicitaria de casi todas las transmisiones. ¿Así, cómo? Y lo peor de todo es que tarde que temprano, cuando el edificio se derrumbe, los más damnificados serán narradores y comentaristas, quienes solamente han cuidado la chambita, pero sin llegar a ser destinatarios de las millonarias ofertas…