Me casé de veintiún años, anhelando ser madre y tener muchos hijos. Durante un tiempo el destino me privó de tenerlos, pero fueron tantos mis deseos que no me di por vencida. Hice las novenas a San Judas Tadeo pidiéndole el milagro y por fin, pasado un buen tiempo de fe, resiliencia, y ganas de salir adelante con mi deseo, tuve tres hermosas hijas.
Cuando quedé en embarazo de la primera me sentía importante; como si me hubiera ganado la lotería y cuando nació fue uno de los días más importantes de mi existencia. Salía con ella y todo el mundo me miraba; me sentía orgullosa.
No obstante, creció mi niña y ella cuando tenía diecisiete años de edad, de nuevo el destino me marcó, porque murió electrocutada. Sentí el golpe y dolor más grande.
Gracias a Dios la vida me regaló otras dos hijas, que son el motivo de seguir luchando, porque gracias a ellas logré superar ese momento tan difícil.
Esta es una parte de mi historia con la que quiero destacar que gracias a la resiliencia de que hice gala, sin saber que así se llamaba ese don, pude superar obstáculos que traen dolor y miseria; he logrado llevar ese recuerdo en lo más profundo de mi alma, sin que me haga daño, porque mis otras dos hijas se han encargado de que así sea.